Quiero construirme una casa
con tus manos pequeñas,
quiero tener el equilibrio
de tus piernas de hada,
para esconderme en las noches
de pasión desvelada,
para no gritar el silencio
que desborda mi alma.
Quiero hacerme un faro
con la luz de tus ojos,
y un refugio en la sonrisa
de tus labios míos,
para decirte al oído
que es mucho lo que siento,
que es nada, que no miento,
que podría abrazarme
y quedarme para siempre
en tu cintura de flores amarillas.
Quiero recorrer el mapa
de tu espalda que me llama,
que me dice sigo siendo tuya,
que me lleva a la fuente eterna
de mis noches somnolientas,
todas tuyas, todas mías,
y me asomo a la ventana de la vida,
para verte una vez más
bañada en luz de luna,
quiero ser tu siempre y tu mañana,
quiero ser tu eterno y tu secreto,
quiero ser el alba en tu cama,
y tu grito y tu silencio
y tu andar y tu estar quieta,
tu camino y tu destino,
tu viaje, tu itinerario, tu guía,
tu horario,
tu plan y resultado,
quiero ser tu olvido anhelado,
y tu recuerdo más sagrado.
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martes, mayo 27, 2008
lunes, mayo 26, 2008
De princesas y otros cuentos X
La Princesita besa los ojos del joven que la abraza, pero debe pararse de puntillas para alcanzarle, el joven sonríe y la abraza mientras le dice al oído que la ama, que nada ni nadie podrá separarlos, aunque sabe que puede ser solo un cuento, una historia escrita entre los dos, una fantasía que sin remedio al final los dejará vacíos. No le importa, esta noche está con ella, esta noche de tormenta están juntos frente al fuego de la hoguera, y no existe más nadie, el mundo se ha paralizado, los enamorados son invisibles a los ojos de los simples mortales.
No saben que están en peligro, peligro de muerte, el Caballero Negro se ha empeñado en controlar el Reino mediante la artimaña de hacer que el muchacho enamore a la Princesita y se case con ella, entonces el de Negro podrá ser el Visir y apoderarse de las riquezas del Reino es su cometido. Al saber que ella estaba enamorada de otro su enojo fue tan grande que ahora cabalga rumbo al escondite en medio del bosque con la intención de acabar con el joven que amenaza sus planes. Pero no sabe que otro jinete se acerca, un Caballero Escarlata que ha tomado bajo su tutela al joven enamorado de la Princesita.
Mientras tanto en el Palacio, el muchacho, ensopado y tiritando de frío trata de explicarle de la mejor manera a la Dama de Compañía de la Princesita lo que ha ocurrido, intentando hacerle ver que ella corre peligro de muerte, que el Hombre de Negro va tras ella. ¿Cómo lo sabe?, le pregunta la Dama. –Por que el Hombre de Negro es mi maestro—dijo el muchacho bajando la cabeza.
viernes, mayo 23, 2008
De princesas y otros cuentos IX
Va surgiendo de las sombras del bosque estival. Lleva consigo la verdad, la lealtad, la justicia, los sueños de todos. Sueños colectivos hechos de pedacitos de esperanza. Monta un caballo blanco, valiente caballero, su nombre es temido por muchos, el Caballero Escarlata galopa sorteando los árboles y encrucijadas del bosque real, sabedor de que tiene que llegar antes de que sea demasiado tarde.
Y en los linderos del Palacio un muchacho, indeciso y profundamente aterrado, no se atreve a moverse de su escondite mientras observa como el Caballero Negro levanta la mano izquierda y lanza una maldición al cielo. La lluvia cae con insistencia, arrecia, un relámpago ilumina el contorno de algo que se mueve entre la maleza del bosque, algo que resopla, se acerca.
En una cabaña escondida en lo más profundo del bosque, un fuego arde en una hoguera, dos cuerpos se abrazan, se reconocen, a sabiendas de que todo aquello está prohibido, que el pueblo no entendería, que el Palacio no permitiría, incluso que uno de ellos podría ir directo al calabozo, condenado a prisión por su atrevimiento. La Princesita sonríe con la mirada, callada, une sus labios a los del joven que la abraza, y le dice que la adora, que nadie como ella en el mundo para hacerlo feliz. Y ella sabe que es un sueño, una fantasía, un castillo hecho de aire y nubes. Pero no le importa, quiere seguir soñando a que es cierto.
En la otra orilla del bosque, lejos del Palacio, un jinete cabalga a toda velocidad dejando tras de sí una estela escarlata. Va pronunciando hechizos en lengua antigua, su espíritu se concentra en la voz que atraviesa el bosque llevando una maldición dirigida a la Princesita y a su enamorado, que no saben lo que está por venir.
En la puerta del Palacio dos guardias somnolientos se muestras aturdidos y molestos por la insistencia de un muchacho que quiere hablar con la dama de compañía de la Princesita, dice saber donde está y asegura que corre peligro.
Y en los linderos del Palacio un muchacho, indeciso y profundamente aterrado, no se atreve a moverse de su escondite mientras observa como el Caballero Negro levanta la mano izquierda y lanza una maldición al cielo. La lluvia cae con insistencia, arrecia, un relámpago ilumina el contorno de algo que se mueve entre la maleza del bosque, algo que resopla, se acerca.
En una cabaña escondida en lo más profundo del bosque, un fuego arde en una hoguera, dos cuerpos se abrazan, se reconocen, a sabiendas de que todo aquello está prohibido, que el pueblo no entendería, que el Palacio no permitiría, incluso que uno de ellos podría ir directo al calabozo, condenado a prisión por su atrevimiento. La Princesita sonríe con la mirada, callada, une sus labios a los del joven que la abraza, y le dice que la adora, que nadie como ella en el mundo para hacerlo feliz. Y ella sabe que es un sueño, una fantasía, un castillo hecho de aire y nubes. Pero no le importa, quiere seguir soñando a que es cierto.
En la otra orilla del bosque, lejos del Palacio, un jinete cabalga a toda velocidad dejando tras de sí una estela escarlata. Va pronunciando hechizos en lengua antigua, su espíritu se concentra en la voz que atraviesa el bosque llevando una maldición dirigida a la Princesita y a su enamorado, que no saben lo que está por venir.
En la puerta del Palacio dos guardias somnolientos se muestras aturdidos y molestos por la insistencia de un muchacho que quiere hablar con la dama de compañía de la Princesita, dice saber donde está y asegura que corre peligro.
martes, mayo 13, 2008
De princesas y otros cuentos VIII
He aquí que el hombre de negro profirió una maldición en lenguaje antiguo, lenguaje que se creía perdido en los años viejos cuando los hombres coexistían con toda clase de seres inteligentes, su voz sonó profunda, como río crecido, como tropel de caballos que se dirigían a las oscuridades del bosque. Una lluvia chapucera comenzó a caer casi al instante, el muchacho se ajustó la capa para guarecerse, tembló un poco aunque no supo si era por el frío de la noche o por la impresión de ver al hombre de negro levantar la mano derecha y señalar con ella al bosque mientras gritaba una vez más en aquella lengua extranjera que no significaba nada para él pero que le escocía la piel.
¡Eolim, Eolim, trubat menestot Eolim!
El monolito del Palacio a su espalda se iluminaba con la luz de los relámpagos, el sonido del trueno se confundía con su voz, oscura, grave. El hombre de negro recibió a su caballo que llegó jadeando de donde quiera que estuviese, en tanto lo montaba seguía gritando a la tormenta <¡Eolim, subirat aquas temorit surpa tupilar!> A cada maldición la lluvia arreciaba, el muchacho se escondió tras un pilar de la entrada del Palacio y pudo ver cómo el hombre de negro salía a todo galope internándose en el bosque. La tormenta seguía, el chico que una vez se creyó capaz de besar a la Princesita no atinaba qué hacer, se había quedado frente a Palacio, bajo la lluvia, sin modo alguno de regresar al pueblo como no fuera caminando por los senderos llenos de lodo y convertidos en ríos. El hombre de negro se había ido.
Mientras tanto en una cabaña perdida en las profundidades del bosque se encendía un fuego en la hoguera, dos cuerpos se abrazaban sabedores de que quizá merecían el infierno de la lejanía y no el paraíso de estar juntos.
viernes, mayo 09, 2008
Por el día de las Madres.
Hay quienes no tienen madre para festejar. Los hay aquellos que festejan a toda madre. Hay quienes festejan una madre y otros que festejan de a madre. Luego están los que se rompen la madre por festejar, los que festejan a madres, los que no festejan ni madre y aquello que festejan pura madre. Pero también existen aquellos que tiene mucha madre y la festejan.
Un verso irónico de mi infancia decía:
"Madre querida, madre adorada
me llevas al cine
y tú pagas la entrada,
compro palomitas y no te doy nada,
te busco un asiento y te quedas parada"
No hay mejor ejemplo del sacrificio que realizan nuestras abnegadas madres.
A lo lejos se escucha un golpe y una voz surge de la nada gritando: ¡Madres!
Un verso irónico de mi infancia decía:
"Madre querida, madre adorada
me llevas al cine
y tú pagas la entrada,
compro palomitas y no te doy nada,
te busco un asiento y te quedas parada"
No hay mejor ejemplo del sacrificio que realizan nuestras abnegadas madres.
A lo lejos se escucha un golpe y una voz surge de la nada gritando: ¡Madres!
jueves, mayo 08, 2008
De princesas y otros cuentos VII
¿Dónde estará la princesita?
Urdiendo un plan, pensó que quizá lo encontraría.
Es tarde ya y no le veo pasar, dice en voz baja el muchacho que ha sido instruido por el hombre de negro.
Por un beso, mi reino entero, pensaba la Princesita dónde sea que estuviera.
El hombre de negro sonríe con sorna, detrás de su mirada se reflejan los demonios más ancestrales.
Dime cuántas veces te adoro y te diré que siempre una más, una más, decía la Princesita al recién llegado.
En el umbral de la puerta, su figura recortada por la luz del exterior, se encuentra un ser desconocido para todos, menos para aquella que se encuentra dentro de la cabaña en medio del bosque real. Sonríe, avanza dos pasos, titubea, sigue andando y extiende los brazos.
Urdiendo un plan, pensó que quizá lo encontraría.
Es tarde ya y no le veo pasar, dice en voz baja el muchacho que ha sido instruido por el hombre de negro.
Por un beso, mi reino entero, pensaba la Princesita dónde sea que estuviera.
El hombre de negro sonríe con sorna, detrás de su mirada se reflejan los demonios más ancestrales.
Dime cuántas veces te adoro y te diré que siempre una más, una más, decía la Princesita al recién llegado.
En el umbral de la puerta, su figura recortada por la luz del exterior, se encuentra un ser desconocido para todos, menos para aquella que se encuentra dentro de la cabaña en medio del bosque real. Sonríe, avanza dos pasos, titubea, sigue andando y extiende los brazos.
Brazos de plebeyo diría la dama de compañía de la Princesita.
Brazos prohibidos dirían los padres de la Princesita si aún vivieran.
Brazos condenados diría el hombre de negro sí pudiera además, ser vidente.
Brazos prohibidos dirían los padres de la Princesita si aún vivieran.
Brazos condenados diría el hombre de negro sí pudiera además, ser vidente.
Brazos que te alejan, diría el muchacho si en lugar de estar frente a la puerta del Palacio sus pasos lo hubieran llevado hasta la profundidad del bosque.
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