Te sientas en la misma mesa,
desvencijada por los años,
esperas,
después de tanto tiempo
ya no sabes lo que esperas,
cabello desaliñado,
tabaco sin encender en tu mano,
sonríes al viejo que toca el arpa,
suspirando.
Eres como esas viejas ciudades
comunistas en la guerra fría,
en tu rostro se detuvo la historia,
en tus labios se desgajó la memoria,
decepcionado
un sorbo aquí y otro allá,
el café cortado,
helado.
Todos somos espías de nuestro sino,
vamos,
que a veces sabemos demasiado,
como en una novela de Le Carré,
morimos apenas a unas páginas
de haber empezado.
¡Qué terrible historia nos han contado!
Y te imagino frente al televisor
viendo a la nada,
de compañía trivial conversación
de dos personajes sin importancia,
el chiste se cuenta solo:
hombre solitario busca.
Tarde te enteras de la emboscada,
los hombres que conversaban,
la chica del vestido rojo,
el niño en su triciclo,
el viento a través de la cortinas,
todo a tu alrededor es un montaje,
tu misma vida es una farsa,
la bala que viaja y tú montado en ella,
esa bala que atraviesa tu corazón
y te mata.
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lunes, septiembre 21, 2015
lunes, septiembre 14, 2015
Cuarentena
Como cuervos que vuelan por encima,
imágenes del residuo que se cuelan,
gente,
mares de gente en la desesperanza
de no encontrarle sentido,
es el miedo, la rabia, la eterna rabia,
la contra, el motivo oculto de no querer nada.
Y somos fantasmas del vacío,
la vacuidad misma que nos embarga,
zombis buscando corazones,
tan solo un trozo de corazón
que nos calme el hambre,
esa cosa pecaminosa que carcome,
que nos mata de prurito y ansiedad.
Todo ha cambiado,
quizá para siempre
y nadie lo ha notado,
el mundo se movió tres grados,
órbitas desajustadas,
abrazos que en la ausencia
se convierten en síndrome
de la abstinencia.
Y pienso:
son sus ojos, te atraviesan
como dagas
desde las fotografías,
reminiscencia de lo posible,
sarcasmo de esta realidad
de la que ahora escapas.
El abismo clama con su boca
de oscuridad,
me guiña el ojo todas las noches,
seductor que con sus manos
acaricia mi alma atribulada,
le ignoro, no por cobardía
si no por hastío.
Y el abismo se queda ahí:
esperando,
esperando.
Los deudos llevan las cenizas
de este muerto,
y yo aguardo,
doliente,
con una abnegación pasmosa,
casi como el enfermo
que soporta la cuarentena
porque le han dicho que hay esperanza,
ese eufemismo que nos fascina,
que nos alcanza.
imágenes del residuo que se cuelan,
gente,
mares de gente en la desesperanza
de no encontrarle sentido,
es el miedo, la rabia, la eterna rabia,
la contra, el motivo oculto de no querer nada.
Y somos fantasmas del vacío,
la vacuidad misma que nos embarga,
zombis buscando corazones,
tan solo un trozo de corazón
que nos calme el hambre,
esa cosa pecaminosa que carcome,
que nos mata de prurito y ansiedad.
Todo ha cambiado,
quizá para siempre
y nadie lo ha notado,
el mundo se movió tres grados,
órbitas desajustadas,
abrazos que en la ausencia
se convierten en síndrome
de la abstinencia.
Y pienso:
son sus ojos, te atraviesan
como dagas
desde las fotografías,
reminiscencia de lo posible,
sarcasmo de esta realidad
de la que ahora escapas.
El abismo clama con su boca
de oscuridad,
me guiña el ojo todas las noches,
seductor que con sus manos
acaricia mi alma atribulada,
le ignoro, no por cobardía
si no por hastío.
Y el abismo se queda ahí:
esperando,
esperando.
Los deudos llevan las cenizas
de este muerto,
y yo aguardo,
doliente,
con una abnegación pasmosa,
casi como el enfermo
que soporta la cuarentena
porque le han dicho que hay esperanza,
ese eufemismo que nos fascina,
que nos alcanza.
viernes, septiembre 11, 2015
Tuve
Tuve una vez tus ojos,
sol de mis mañanas,
almendros,
ámbar milenario.
Tuve otra vez tu piel,
tierra inexplorada,
campo de girasoles,
mía como mapa secreto.
Tuve aquel día tu cuerpo,
continente conquistado,
descubierto,
entregado,
transparente y luminoso.
Amado.
Tuve tu voz en un susurro,
en mi oído,
en mi boca,
en mi piel,
tu voz como un grito
que se encumbra
y se despeña
cuerpo abajo.
Tuve esa vez tus manos,
reconociendo,
aprendiendo lenguajes nuevos,
reencontrando,
andando mis caminos.
Tuve una vez la historia
más increíble del mundo.
sol de mis mañanas,
almendros,
ámbar milenario.
Tuve otra vez tu piel,
tierra inexplorada,
campo de girasoles,
mía como mapa secreto.
Tuve aquel día tu cuerpo,
continente conquistado,
descubierto,
entregado,
transparente y luminoso.
Amado.
Tuve tu voz en un susurro,
en mi oído,
en mi boca,
en mi piel,
tu voz como un grito
que se encumbra
y se despeña
cuerpo abajo.
Tuve esa vez tus manos,
reconociendo,
aprendiendo lenguajes nuevos,
reencontrando,
andando mis caminos.
Tuve una vez la historia
más increíble del mundo.
jueves, abril 16, 2015
Los solitarios
Vamos queriendo ser queridos,
un paso atrás del amado,
nunca terminamos,
como máquinas de sonrisas
repartimos lustrosos candiles del rostro,
muecas por bocas que saludan.
Los solitarios vamos a la cama,
hacemos el amor
pero nunca nos damos por vencidos,
creemos que la siguiente será mejor.
Seguimos tomados de la mano,
esperando que el otro de un paso,
inicie la conversación, y luego,
suicidas nos estrellamos,
nos pegamos un tiro de realidad.
Los solitarios andamos lento,
de corazón cansado,
nos enteramos a destiempo
que el amor se fue de viaje,
sin maletas ni presupuesto.
Volvemos nuestros ojos al azar,
buscando en otros ojos la verdad
a sabiendas que al despertar
nos hallará el desasosiego,
la muda respuesta,
lo que se va callando,
el hartazgo de no ser uno mismo,
de creerte la historia manoseada
de que algún día todo cambiará.
Los solitarios andamos las calles,
como turistas,
como perdidos,
admirados de lo cotidiano,
con la nostalgia por mochila
y la añoranza de abrigo.
Adictos a la tristeza omnipresente
flagelamos la conciencia
con verdades a medias,
mentiras completas,
lecturas de madrugada
y canciones que no son nuestras.
Los solitarios,
bulímicos de la felicidad,
nos damos alegres atracones
y luego, decepcionados
volvemos el estómago
en aras de la franqueza,
no somos si no mediante
los otros que nos definen.
Callados vamos recorriendo
el viacrucis,
al patíbulo,
la hoguera nos aguarda
y nosotros la abrazamos
con ternura,
con locura,
esperando,
que ahora sí
la experiencia orgiástica
nos alcance.
Los solitarios
nos inmolamos
creyendo que alguien llorará
el sacrificio,
al final,
bajo el manto de la noche,
todos morimos por igual.
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