En el balcón del castillo, por donde entraba la luz del sol en las mañanas, nacía un tulipán. Era un tulipán rojo, que buscaba el calor del sol entre la herrería del balcón. La princesita despertó de su letargo sintiendo que algo muy importante estaba a punto de ocurrir, buscó en su ropero el vestido adecuado para el día y se peinó con su peine de cristal mientras tarareaba por lo bajo una canción de cuna que su madre le había enseñando noches antes de que se la llevaran al internado. No podía describir la sensación de ausencia que le provocaban las noches sin sueño cuando recordaba a sus padres como si estuvieran comentando en el salón de reuniones sobre lo acontecido en el día, parecía tan cercano, sus recuerdos estaban tan vivos dentro de su alma. La princesita ahogó un gemido y se limpió una lágrima escurridiza en la mejilla. Intentó sonreír pero no le gustó el resultado que reflejaba el espejo. Se levantó, acomodó su vestido del color del atardecer, era un hermoso vestido de hecho, una tela mágica que le caía perfecto sobre su cuerpo, no era violeta, ni azul, ni rosa, era del color del cielo en un atardecer de primavera en el Reino.
La princesita abrió la puerta de sus aposentos, en el ala oeste del castillo real, se encontró con un pasillo vacío, de los pisos inferiores le llegó el murmullo de personas trajinando, no le dio mucha importancia, pero lo que sí le pareció extraño fue la ausencia de su Dama de Compañía, nunca la había dejado sola desde su llegada al Palacio. Siguió por el pasillo, tantas veces recorrido en su infancia, llena de emociones, de juegos infantiles, precedida por su niñera que la seguía a todas partes; escuchando la risa fresca de la reina madre, las sonoras carcajadas del rey. Dónde estaban todos, pensó la princesita y sintió una opresión en el pecho, algo estaba mal, algo no encajaba. Apenas unas horas antes se sentía dueña de todo el mundo, soberana del universo tan solo porque se había descubierto enamorada y plenamente correspondida. El beso, el beso furtivo del caballero aquel, de la capa escarlata, el mismo que la había cortejado desde que llegó al Palacio por medio de cartas lanzadas al balcón de su habitación, ese beso inconmensurable, que la atrapó de inmediato, que la llevó al vacío y la elevó hasta el cielo al mismo tiempo, “oh amado caballero, ruego al gran Rajmandir que te proteja” pensó la princesita mientras bajaba las escaleras de piedra rumbo a la Sala de Sesiones del Consejo, era inusual no encontrar a nadie, dónde estaban incluso los sirvientes, los lacayos, los guardias reales.
Llegó a la puerta de la Sala de Sesiones, de manera inexplicable no había nadie resguardando la entrada, pero se escuchaban voces apuradas en su interior, “¿qué está pasando?” se preguntó la princesita en tanto empujaba la enorme puerta que comenzó a moverse sobre sus goznes, produciendo un leve susurro. Entró a la sala iluminada, con un velo de luz violeta tras su espalda, no esperaba ver los rostros de los ancianos del Consejo que se volvían hacia ella, no esperaba ver la reacción, los rostros sorprendidos, las muecas de incredulidad, los ojos que pedían una explicación. La princesita aseguró la puerta tras de sí. Entonces sonrió.
La princesita abrió la puerta de sus aposentos, en el ala oeste del castillo real, se encontró con un pasillo vacío, de los pisos inferiores le llegó el murmullo de personas trajinando, no le dio mucha importancia, pero lo que sí le pareció extraño fue la ausencia de su Dama de Compañía, nunca la había dejado sola desde su llegada al Palacio. Siguió por el pasillo, tantas veces recorrido en su infancia, llena de emociones, de juegos infantiles, precedida por su niñera que la seguía a todas partes; escuchando la risa fresca de la reina madre, las sonoras carcajadas del rey. Dónde estaban todos, pensó la princesita y sintió una opresión en el pecho, algo estaba mal, algo no encajaba. Apenas unas horas antes se sentía dueña de todo el mundo, soberana del universo tan solo porque se había descubierto enamorada y plenamente correspondida. El beso, el beso furtivo del caballero aquel, de la capa escarlata, el mismo que la había cortejado desde que llegó al Palacio por medio de cartas lanzadas al balcón de su habitación, ese beso inconmensurable, que la atrapó de inmediato, que la llevó al vacío y la elevó hasta el cielo al mismo tiempo, “oh amado caballero, ruego al gran Rajmandir que te proteja” pensó la princesita mientras bajaba las escaleras de piedra rumbo a la Sala de Sesiones del Consejo, era inusual no encontrar a nadie, dónde estaban incluso los sirvientes, los lacayos, los guardias reales.
Llegó a la puerta de la Sala de Sesiones, de manera inexplicable no había nadie resguardando la entrada, pero se escuchaban voces apuradas en su interior, “¿qué está pasando?” se preguntó la princesita en tanto empujaba la enorme puerta que comenzó a moverse sobre sus goznes, produciendo un leve susurro. Entró a la sala iluminada, con un velo de luz violeta tras su espalda, no esperaba ver los rostros de los ancianos del Consejo que se volvían hacia ella, no esperaba ver la reacción, los rostros sorprendidos, las muecas de incredulidad, los ojos que pedían una explicación. La princesita aseguró la puerta tras de sí. Entonces sonrió.
1 comentario:
el color perfecto para un vestido de princesa :)
saluti principi
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