El viejo Jasón sonríe mientras ve comer a duras penas al Guardia Real, sabe que la poción con la que ha aderezado la sopa que le llevó levantará al más débil y agonizante guerrero. Kutber comienza a sentirse reanimado, vivo otra vez, aunque el recuerdo de los monstruosos Roars que le atacaron apenas unas horas antes le seguía estremeciendo. Entonces, cuando estaba a punto de terminarse la sopa, recordó de golpe su misión y a sus hermanos de sangre caídos bajo las garras de los guardianes de la oscuridad, esos monstruos creados por el Señor de las Tinieblas, que los emboscaron en las ruinas del bosque sin fin.
-La Princesita –dice Kutber en voz alta mirando al anciano Jasón.
-¿Qué pasa con la Princesita? –quiere saber el viejo.
-¡Está en peligro, debo ir a rescatarla! –insiste el Guardia Real y hace un ademán por levantarse, pero la poción del anciano no ha terminado de hacer efecto y Kutber cae de bruces al lado de la silla del comedor.
-Tranquilo hijo –intenta calmar el anciano al joven guerrero, estás muy débil todavía como para salir a guerrear. Primero debes reponerte y pensar en la mejor manera de acudir a ayudar a vuestra Princesa.
-Pero es que…-insiste Kutber, aunque se da cuenta que lo que dice el anciano es verdad, aun no puede ni ponerse en pie. Así que se vuelve a sentar para acabar su sopa mientras Jasón lo mira tratando de encontrar las siguientes palabras.
-Hijo –comienza a decir el viejo –¿recuerdas a tus padres?
-Pues no, solo sé que fui entregado de pequeño a una familia humilde que para salir de sus problemas me llevaron a la milicia en cuanto cumplí los siete años de edad, pero por qué la pregunta –quiso saber Kutber.
-No, por nada en particular, solo que tu rostro me recuerda a alguien muy querido para mí, dejé de verlo hace ya muchos años –dijo el anciano con un dejo de tristeza en la voz.
-¿Alguien muy querido?
-Sí, pero ya no tiene caso hablar de eso.
-¿Algún familiar, acaso?
-Así es joven guerrero, un familiar muy importante para nuestro clan –aceptó por fin el anciano.
-¿Y dice que yo le recuerdo a esa persona?
-Tu rostro, tu voz, incluso algunos de tus ademanes al hablar.
-No puede ser, es imposible que hayan dos personas tan parecidas y sin ningún parentesco.
-Por eso te pregunté si recordabas a tus padres –explicó el viejo Jasón.
-No puede ser –exclamó Kutber.
-No precipitemos las conclusiones hijo, no tiene caso que te dejes influir por los pensamientos de un viejo achacoso como yo –pidió Jasón.
-Es que toda mi vida he buscado mis orígenes, he indagado en casa aldea en la que me ha tocado servir como Guardia Real, y nadie ha sabido decirme nada.
-Pues creo que has llegado a la aldea correcta esta vez hijo mío –dijo el anciano sonriendo.
La tarde estaba cayendo ya sobre los límites del bosque, negros nubarrones en el cielo provocaban más oscuridad que la habitual en aquella hora. Kutber se quedó sentando frente al anciano que le miraba con benevolencia, sin saber qué hacer o qué decir. Un vuelco en su corazón le indicaba que el destino le había llevado hasta esa cabaña.
-La Princesita –dice Kutber en voz alta mirando al anciano Jasón.
-¿Qué pasa con la Princesita? –quiere saber el viejo.
-¡Está en peligro, debo ir a rescatarla! –insiste el Guardia Real y hace un ademán por levantarse, pero la poción del anciano no ha terminado de hacer efecto y Kutber cae de bruces al lado de la silla del comedor.
-Tranquilo hijo –intenta calmar el anciano al joven guerrero, estás muy débil todavía como para salir a guerrear. Primero debes reponerte y pensar en la mejor manera de acudir a ayudar a vuestra Princesa.
-Pero es que…-insiste Kutber, aunque se da cuenta que lo que dice el anciano es verdad, aun no puede ni ponerse en pie. Así que se vuelve a sentar para acabar su sopa mientras Jasón lo mira tratando de encontrar las siguientes palabras.
-Hijo –comienza a decir el viejo –¿recuerdas a tus padres?
-Pues no, solo sé que fui entregado de pequeño a una familia humilde que para salir de sus problemas me llevaron a la milicia en cuanto cumplí los siete años de edad, pero por qué la pregunta –quiso saber Kutber.
-No, por nada en particular, solo que tu rostro me recuerda a alguien muy querido para mí, dejé de verlo hace ya muchos años –dijo el anciano con un dejo de tristeza en la voz.
-¿Alguien muy querido?
-Sí, pero ya no tiene caso hablar de eso.
-¿Algún familiar, acaso?
-Así es joven guerrero, un familiar muy importante para nuestro clan –aceptó por fin el anciano.
-¿Y dice que yo le recuerdo a esa persona?
-Tu rostro, tu voz, incluso algunos de tus ademanes al hablar.
-No puede ser, es imposible que hayan dos personas tan parecidas y sin ningún parentesco.
-Por eso te pregunté si recordabas a tus padres –explicó el viejo Jasón.
-No puede ser –exclamó Kutber.
-No precipitemos las conclusiones hijo, no tiene caso que te dejes influir por los pensamientos de un viejo achacoso como yo –pidió Jasón.
-Es que toda mi vida he buscado mis orígenes, he indagado en casa aldea en la que me ha tocado servir como Guardia Real, y nadie ha sabido decirme nada.
-Pues creo que has llegado a la aldea correcta esta vez hijo mío –dijo el anciano sonriendo.
La tarde estaba cayendo ya sobre los límites del bosque, negros nubarrones en el cielo provocaban más oscuridad que la habitual en aquella hora. Kutber se quedó sentando frente al anciano que le miraba con benevolencia, sin saber qué hacer o qué decir. Un vuelco en su corazón le indicaba que el destino le había llevado hasta esa cabaña.
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