Te escribí con pinceles de alegoría,
te dije mil y un cuentos al oído,
te canté un millón de versos,
y tú, ausente todavía, los ojos llenos
de ensoñación: te reías.
Con esa risa suave, tan tuya, tan mía.
Fui dejando estelas de alabanza
grabadas en tu piel de campo florido,
y en tus párpados de corazón
planté dos besos germinados con tu llanto.
Luego tus labios de flor matutina
esbozaron el amanecer más colorido,
sonreíste a la mañana entre mis brazos,
brazos donde faltas un día y el otro también.
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