Qué solos se van quedando los muertos,
que van llevando su rigor mortis por desiertos,
que son polvo y arena de maldiciones,
que son amplitudes todas sin razones,
qué fríos, abandonados se quedan los muertos,
a las cinco de la tarde,
cuando en las cantinas se enredan en entuertos
de vidas sin sentido, locuras de alcohol que arde.
Qué inalcanzables se ven los muertos,
tras vitrinas de cristal límpido cual relámpago,
con sus brazos entrelazados sobre el vientre,
como oyentes expertos,
como audiencia respetuosa, ay los muertos.
Qué lejanas sus sombras de largas cabelleras,
qué íntimo aliento me has regalado,
ojalá mis ruegos de amante temprano oyeras,
pues mis ojos son dos mares,
a donde el corazón ha encallado.
Qué tristes se ven los muertos bajo el manto
claro de la luna nueva,
bajo el rostro certero de que aun no era su hora,
qué inútil es en estos tiempos el llanto
que se llora por alguien de quien su nombre ignoras.
2 comentarios:
llego mi tren...
creo que es hora de partir, y olvidar.
escribe!
tus obras son maravillosas!
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