Con el sol por manto que arropa,
con la brisa de la tarde como compañera,
van los hombres como vieja tropa
de revoluciones de esperanza mañanera,
viajantes del norte utópico,
cruzados de un batalla milenaria,
con sueños de volverse rico
va el hombre de vestimenta estrafalaria;
acaso entendemos sus miradas,
el peso, moneda que se arranca
repleta de sensaciones encontradas,
devuelta con una sonrisa franca
del hombre que se sabe agradecido,
van las vías de la desesperanza
llevándose al pariente herido,
del corazón y del alma que no alcanza
a comprender que quizá todo esté perdido;
el incesante trueno de las ruedas del tren
anuncio de la inexorable partida,
van los hombres sobre su lomo y creen
que más allá, aunque les cueste la vida,
encontrarán paraísos como tierra prometida;
pasa por mi ciudad el tren de la desesperanza,
como carga extra lleva almas en pena,
creyentes irredentos de la esperanza,
condenados a la ausencia ajena;
hace sonar su silbato el tren de las almas,
como anunciando que feliz lleva
cientos de hombres batiendo palmas,
contentos de haberse sumado a la leva.
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