Sus ojos almendrados reflejaron la luz del sol mientras se disponía a bajar de sus habitaciones para el desayuno real, sus casi trece años de edad se rehusaban a seguir las reglas de los adultos, pero sabía muy bien que tarde o temprano tendría que seguir los pasos de sus padres, gobernar con sabiduría para todo el principado, que ahora le pertenecía. La princesita sonrío a su dama de compañía, una mujer mayor que se sorprendió al ver la sonrisa despreocupada de su señora, pero pensar en ella como una señora le provocaba un hueco en el estómago, “si apenas es una niña”, pensó la dama que acompañaba a la princesita mientras bajaban las escaleras del palacio real.
La princesita ordenó, con una voz que tenía una autoridad hasta entonces desconocida para si misma, que se sentaran todos a la mesa y dispuso del desayuno como si lo hubiera hecho mil veces en su pasado, la corte real se alegró de no ver un atisbo de duda en su princesa, más de un duque o un conde o hasta los pares pensaron que pronto llegaría el momento de buscarle un príncipe casadero.
La princesita ordenó, con una voz que tenía una autoridad hasta entonces desconocida para si misma, que se sentaran todos a la mesa y dispuso del desayuno como si lo hubiera hecho mil veces en su pasado, la corte real se alegró de no ver un atisbo de duda en su princesa, más de un duque o un conde o hasta los pares pensaron que pronto llegaría el momento de buscarle un príncipe casadero.
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