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martes, abril 15, 2008

De princesas y otros cuentos V

El joven miró a través de la ventana que daba a la calle, nubes negras que presagiaban tormentas le dieron las buenas tardes tenga usted señor, se quedó pensativo frente al cristal empañado por su aliento, hacía tan sólo dos días que había llegado al pueblo, buscaba, sólo Dios sabe qué era lo que el muchacho buscaba, pero lo venía haciendo con afán.
Bajó al mesón del hostal donde se estaba quedando, por un real consiguió techo y comida por un mes, por el momento eso no iba a ser problema.
-Bonita tarde- dijo a la mesonera que sonrió ante el claro sarcasmo mientras pensaba que no había tarde más horrenda que aquella.
El muchacho se acomodó en una mesa, cerca de la barra, se alisó el cabello casi negro, lo llevaba largo, a la usanza de los escuderos, pero él, o no era escudero o se le había perdido su señor. Entornó los ojos para ver hacia la puerta, alguien entraba al mesón, alguien que podía hacer callar los gritos de los parroquianos, alguien de mirada esquiva pero intimidante; el joven no le dio mucha importancia, después de todo ese día se sentía invencible. Ese día podía lograr lo que quisiera, podría incluso atreverse a besar a la princesa si su carruaje real se atravesara en su camino.
-¿Estaís seguro?- le cuestionó una voz grave de acento como de río crecido. El joven se volvió para saber quién había osado leer su pensamiento y se encontró de frente con el hombre de negro que lo miraba desafiante y repitió:
-¿Estaís bien seguro de que podríais besar a la princesa?
-Bue... bueno- titubeó el muchacho- ¡Claro, si me lo propongo, lo haré!- dijo más convencido que nunca.
-¿Y... por qué?- quiso saber el hombre de negro.
-¿Por qué... qué?- evadió la pregunta el joven mientras apuraba un trago de vino amargo como la situación en la que se estaba metiendo, quizá aquel extraño hombre era en realidad un guardia de palacio que encubierto buscaba a aquellos que se atrevieran a hablar mal de la corte y de su princesita.
El hombre de negro posó su mano derecha sobre un hombro del muchacho y acercó su rostro al oído de éste: -¿Por qué eres capaz de besar a la princesita?
El joven no supo qué decir, se quedó helado, con el vaso de vino a medio camino entre la mesa y sus labios. El de negro le dijo en un último susurro: -Si tú logras besar a la princesita, yo te haré rico y poderoso- soltó el hombro del muchacho que no atinó a voltear y salió del mesón igual que había llegado, en silencio, en medio de un extraño e inexplicable silencio.

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