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martes, julio 28, 2009

De Princesas y otros Cuentos XXXI

Era lo menos importante en aquellos momentos, pensó Xulius durante el entrenamiento. Sus sensaciones estaban siendo mutadas, ya no le importaba la Princesita, ni el Reino, ni mucho menos el miedo que sintió al ver por primera vez al Señor de las Tinieblas. Ahora lo que ocupaba la mente del joven que un día se sintió capaz de conquistar a la noble princesa era sobrevivir. No perecer en el intento por convertirse en un Caballero Oscuro, en un Hombre de Negro, dueño de los más poderosos hechizos.
El Maestro de la Oscuridad, como se conoce al encargado de entrenar a los nuevos reclutas, mira con frialdad al joven cuando éste cae luego de fallar un hechizo intermedio.
-Si no puedes con este conjuro, no sé qué te vio tu reclutador –dijo el Maestro con desdén.
Xulius sólo atinaba a jalar aire a bocanadas, trataba de concentrarse pero el dolor era insoportable. Sin embargo, no había opciones. O salía vivo del entrenamiento o jamás vería la luz del día. En un reino de oscuridad, la luz parece atenuarse hasta convertirse en un remedo de luminosidad, más parecida a la niebla nocturna alumbrada por la luna, que a los rayos del sol.
-Vamos, eres un inútil, una vergüenza para nuestra estirpe –gritó el Maestro de la Oscuridad.
Xulius se concentró una vez más, levantó los brazos en dirección al oeste, pronunció unas palabras, casi como un murmullo, entonces de los dedos de sus manos surgió una nube negra, casi parecía tener vida, una nube que parloteaba, se metía en los pensamientos del enemigo y los hacía enloquecer.
-Bien, es todo por hoy –dijo el Maestro.
-¿Es todo? –dijo Xulius -¿tan sólo eso me va a decir?
-Tardaste demasiado.
-Pero lo hice, ¿no?, merezco más que un “bien, es todo” –se quejó el aprendiz.
-Mereces hablar menos y escuchar más –fueron las palabras del Maestro y enseguida con un ademán de su mano izquierda desapareció la boca de Xulius. Aterrorizado, el joven quiso gritar pero ningún sonido emergió de su garganta.
-Eso está mejor –dijo el Maestro y se alejó dejando a Xulius sumido en la desesperación.
Más tarde, esa misma noche, un grito desgarrador se escuchó en las celdas de los aprendices. El joven por fin podía desahogar su frustración, su boca había vuelto a su rostro.
El Maestro sonrío con sorna y dijo por lo bajo –ya aprenderá.

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