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viernes, diciembre 12, 2008

Lamento para el árbol triste II

Triste árbol de pirúl desierto,
encarnación de miedos,
pobre nube gris que cubre mis cabellos,
¡qué lenta es la agonía de tu cuerpo!
qué piernas descubiertas andan tus caminos,
verde prado, verde pasto de muerte,
es inútil, las veredas se me pierden,
desgraciado mapa sin norte-sur,
qué desdicha canta bajo la almohada,
solloza tu cabellera verde de hojas,
hojas que son murmullo.

¡Callemos todos!
cerremos la boca al sordomudo lamento,
no habrá nadie que nos abrigue
de tal frío que nuestras almas sufren,
triste árbol de pirúl fámelico,
hambriento de soledad,
harto hasta la gula del desconcierto,
cúrate, alíviate de tus pesares,
limpia de sus males al espíritu
con la brisa fresca de las siete de la tarde,
y cubre con caricias de tus propias ramas
a ese cuerpo que es mitad de nada,
raíz y tronco muerto que se hunde,
pobre cielo acerado que me cubre,
nadie conoce sus pensamientos
y todos le miran como en sueños,
mientras se van formando en su rostro
las grises cicatrices de agua
que amenazan con llorar torrentes
de rabia, miedo y descontento.

"Yo no sé por qué, no puedo olvidar lo que fue" AF

Lamento para el árbol triste

Te posas en uno de mis brazos,
rama seca que el viento amenaza,
te posas como ave carroñera
a esperar mi repentina muerte,
mientras te veo con mis ojos negros
que se clavan en las órbitas de tu miedo,
y no alzas nunca el vuelo,
esperas, te quedas
a presenciar mi último aliento
y desde tu mueca de desagradecido
me observas,
me ves como estoy muriendo,
aguardas como maldito ladrón de cuerpos
a que mi respirar se corte por la calle,
aniquilados pensamientos
graznas a la tarde gris que llueve
con un grito de inhumana voz que duele,
abres tus negras alas de destino cruento
y me preguntas sonriendo:
¿qué había pensando que sucedería en este cuento?

¿Hasta cuando mis ramas soportarán este peso?
resquebrajándose,
como grietas en terreno agreste,
como lecho de río viejo,
te quedas como ave de mal agüero,
como creyendo saber lo que ahora quiero,
montones de razón apilados
sobre el alma y sus manecillas que son reloj,
tic tac exacto de la hora en que exhalo,
son las trece horas con quince minutos
de este día que llora
y moja de tristeza mis hojas de árbol solitario.

"Porque hay razones que la razón no entiende"

lunes, noviembre 24, 2008

Mis años contigo

Por ti,
recorrería el infierno
si acaso existiera.
Por ti,
regresaría mis años
para entregártelos de nuevo,
me volvería un viejo
para darte mis recuerdos,
un niño para regalarte
todos mis juegos,
mis anhelos.
Por ti,
desafiaría al mundo entero,
escaparía de cualquier prisión,
escribiría un cuento eterno,
te entregaría de mi vida, su visión,
el suelo por donde pisas,
las sábanas que te cobijan,
la sombra que te cubre.
Por ti,
viajaría mil kilómetros
de lluvia, nieve y tempestad,
para hacerme uno contigo.
Por ti,
pasarían tantas cosas en mi vida,
que una vida no sería suficiente.

"Quizás te puedas preguntar/qué le hace falta a esta noche blanca" Montaner

jueves, octubre 23, 2008

En medio del desierto

Te pienso,
a cada instante de recuerdos,
en cada mirada furtiva,
en cada mano bajo la luna,
te pienso,
cuando camino rumbo a la nada,
en los días en que llueve poco,
en las noches de tormenta acabada,
en las mañanas de tímido sol,
te pienso,
como se piensa a algo que es tuyo,
como agua en el desierto,
como luz en la oscuridad total,
te pienso,
y deseo robarte una tarde entera,
mientras los ruidos de afuera dan guerra,
construirte un mundo para ti sola,
explorar los territorios tuyos,
te pienso,
y en este pensamiento agitado,
me descubro siempre enamorado,
y te digo sin hablar si quiera,
qué falta me haces en los días aciagos,
qué manos tocaran mi alma,
qué oscura es la noche callada,
en este pensamiento desaforado,
te digo sin palabra alguna,
qué lugares insospechados descubrimos
los dos callados bajo el fuego que redime,
con miradas fijas en la eterna y sublime

conciencia de que esto existe.

martes, octubre 21, 2008

De Princesas y otros Cuentos XXIII

La otra historia/ L’aütrë ïstöry

El Caballero Negro, el último de su estirpe, se acercó lentamente a su maestro, un ser oscuro cuyo rostro se mantenía oculto tras una máscara de hierro forjado.
--Has fallado Vallön – dijo una voz áspera como una tormenta en medio del mar.
--Maestro – comenzó a decir el Caballero Negro.
--Nada Vallön, nada de lo que digas ahora podrá ayudarte –sentenció el maestro y su voz tronó como rayo en medio de la tempestad. –Solamente tenías que traerme a la niña, era una tarea simple, ¿no es así? –dijo el maestro levantando un brazo, una fuerza por demás maligna tomó del cuello a Vallön, el último de los caballeros negros, acercándolo a la máscara del maestro. --¡¿No es así?! –gritó el Ser Oscuro.
--Nada más cierto que sus palabras maestro –aceptó Vallön.
--No te destruyo solo porque eres el último de tu legión, pero veremos que es capaz de hacer ese muchacho que me has traído – dijo el maestro señalando al muchacho que se encontraba ensimismado viendo la escena.
-- ¿Cuál es tu nombre muchacho? –quiso saber el Ser Oscuro.
-- ¿Cuál es el suyo? –retó el chico.
-- Me parece que eres muy valiente o eres muy estúpido –dijo con sorna el maestro de la oscuridad.
-- Solo quiero saber con quién estoy hablando –respondió el muchacho, que un día soñó con besar a la Princesita.
-- ¡Eres un insolente! –gritó el maestro mientras tomaba del cuello al chico, éste se apresuró a decir su nombre : --Me llamo Xulius, ese es mi nombre –dijo entre resuellos el muchacho. El Señor Oscuro lo soltó, Xulius cayó postrado a sus pies. –Eso está mejor, mucho mejor –dijo el maestro y quizá esbozó una sonrisa lacónica bajo su máscara de hierro.
Xulius se levantó encarando al Maestro, viendo de reojo al Caballero Negro, entonces el Maestro se puso en pie, había permanecido sentado desde la llegada de los Zaraxas, seres míticos creados por el Utrandir para realizar tareas de rescate en las batallas. Estos seres fueron los que llevaron al muchacho una vez que las sombras del Roar lo sacaron del Calabozo del Palacio. La altura del Maestro sorprendió a Xulius, tenía la estatura de tres hombres altos puestos el uno sobre el otro. Su musculatura, realzada por una armadura de color de la obsidiana, le hacía ver mucho más imponente.

viernes, octubre 17, 2008

De Princesas y otros Cuentos XXII

“Taöa inem mraä” murmuró la voz en la oscuridad de la caverna. Una tenue luz rojiza comenzó a emerger bajo los trozos de madera. La voz repitió “taöa inem mraä”, entonces surgió una llama roja que encendió la leña. El hombre había construido un fuego usando la magia antigua. Volvió su rostro a su espalda y miró con autoridad al joven que estaba sentado con la cabeza agachada, quizá sollozando. Un caballo plateado, atado en una estalactita de la caverna, resopló como agradeciendo al calor que comenzó a llenar la estancia.
--Es inútil que sigas lamentándote –dijo el hombre al joven.
--Pero… solo quiero saber si la volveré a ver –quiso saber el joven.
--Está en tu destino muchacho, pero no ahora, son tiempos de sacrificios, ya habrá momento para que estés a su lado, lo prometo – dijo el hombre levantándose, la luz de la fogata iluminó su capa escarlata, el rostro adusto, bello en cierto sentido, se relajó al mirar a su discípulo.
--Está bien maestro –concluyó el joven y se levantó para salir un momento de la caverna, el viento frío de la noche le dio de lleno en el rostro, la luz de la luna llena iluminó sus ojos dejando ver una nostalgia llena de presentimientos. Su maestro le había dicho que en algún momento eso pasaría, alguien descubriría su amor por la Princesita y entonces lo usaría en su contra. No hay arma más letal que el amor desmedido. El joven se frotó los brazos con las manos para darse calor y se adentró a la cueva. El hombre de la capa escarlata cocinaba algo en la hoguera, tenía buen aroma a pesar de su aspecto. –Pensé que los magos no comían –dijo el joven. Una sonora carcajada retumbó en las paredes del refugio, el caballo alzó la cabeza alerta. –jajaja, me parece que estás volviendo a ser tú, comediante –comentó el maestro.
Entrada la noche, en una cabaña en los linderos del bosque, un hombre tocaba la puerta pidiendo ayuda. En el Palacio Real, los Consejeros y los Pares sesionaban a puerta cerrada sobre el futuro del Reino, qué hacer si no aparecía la Princesita. En la aldea, valle abajo, dominada por el Castillo, las matronas dormían a los niños, los hombres cenaban pan y vino después de una larga jornada de trabajo, los parroquianos abarrotaban la taberna, un par de perros callejeros peleaban por un hueso en un callejón oscuro; una sombra se deslizaba por los senderos del pueblo buscando algo. En una caverna, un maestro y su discípulo se disponían a cenar, el día había sido agotador para ambos, la vida del joven era otra desde esa tarde y les esperaba una larga travesía, una cita con su destino.
"Porque de mensajes ocultos está hecha la vida"

jueves, octubre 16, 2008

De Princesas y otros Cuentos XXI

La leyenda del guerrero de la luz

Hace miles de años, tantos que la memoria colectiva convirtió la historia en mito y el mito en leyenda, existió una raza de seres poderosos, seres de luz, parecidos a los humanos en todo, excepto que ellos eran casi inmortales. Poseían la fuerza de veinte hombres, la sabiduría de mil ancestros, y la belleza de los iluminados por Rajmandir. Se dice que incluso hablaban directamente con el Único y que Éste les confería la misión de resguardar la paz y la justicia en el mundo terrenal. Los seres de luz eran conocidos por las razas que compartían este mundo como los Caballeros Escarlata. Eran miles, cientos de miles quizá. Si uno ponía atención al atardecer podía verlos cabalgar en sus corceles plateados rumbo al poniente, pero había que verlos con cuidado pues había el riesgo de que aquel que se atreviera a espiarlos mucho tiempo quedara ciego; es por eso que aun hoy las abuelas nos dicen que es peligroso ver al sol de frente cuando cae la tarde.

Sucedió que un día aciago el Señor de las Sombras Eternas también conocido como Utrandir y enemigo del Dios Único Rajmandir atravesó el portal oscuro, abierto por la conjunción de diez planetas del sistema solar, y asoló al mundo terreno con plagas, enfermedades y guerras, sembrando en los corazones de los hombres la maldad y el deseo de venganza. Envió en primer lugar a sus guardianes del anochecer, monstruos sin forma conocidos como Roars, quienes devastaron las aldeas y poblados a su paso, causando muerte y destrucción. Los Caballeros Escarlata, al darse cuenta de lo que pasaba, armaron un ejército y emprendieron batalla contra los Roars, matando a miles de ellos. Entonces Utrandir envió a su armada, los Caballeros Negros, hechiceros del mal, expertos en la guerra mágica, quienes dieron pelea a los Escarlata diezmando sus huestes mientras los pocos Roars se retiraban por el portal del Mijrandir. La batalla duró varias lunas con sus soles, ninguno de los bandos se rendía. Los Caballeros Escarlata sabían que no podían perder esa guerra pues significaría el fin del mundo conocido y el reinado oscuro de Utrandir sumiría en las tinieblas a la humanidad. Sólo esperaban la ayuda del Gran Rajmandir.
He aquí que en la noche de la decimonovena luna llena, apareció en el cielo un augurio luminoso, su increíble luz alumbró la noche convirtiéndola por un momento en día, dejaron de brillar las estrellas e incluso el portal oscuro se difuminó. Allá abajo, en el Valle del Hurüs, los ejércitos peleaban sin que nada se definiera para nadie, cuando de pronto la noche se convirtió en día, todos los guerreros voltearon al cielo, algunos cayeron de rodillas, los más cerraron los ojos, enceguecidos por la luz intensa que los bañaba. Los Caballeros Escarlata supieron que era el momento perfecto para lanzar el ataque final y se enfilaron hacia las huestes de Utrandir con renovados bríos. Muchos Oscuros murieron ese día, tantos que la tierra del Valle de Hurüs es negra y nada crece sobre ella. No hay vida. El portal oscuro se estaba cerrando, el tiempo se le acababa a Utrandir, el dios del Oscuro Inframundo sabía de su inminente derrota. Lo supo en el momento exacto en que la luz se fue haciendo más tenue, mostrando al Guerrero de la Luz, hijo único de Rajmandir, que había sido enviado por su padre para pelear hombro con hombro con los Escarlata y la alianza con los hombres.
Los planetas, en su cíclico movimiento alrededor del sol, estaban por perder su alineación. El portal se difuminaba a cada instante, mientras el Guerrero de la Luz, armado con su espada plateada y sus miles de dagas de filo eterno, exterminaba a los Roars y a los Caballeros Negros que huían a través del portal abierto aun en el cielo de la noche. De pronto todos creyeron escuchar un grito atronador momentos antes de que el portal de cerrara por completo: -- Rajbe ecolat necrox Utrandir – dijo la voz. Uno de los Caballeros Escarlata murmuró –Regresaré la noche que menos esperen, soy Utrandir –y se quedó boquiabierto.

Sucedió que el Guerrero de la Luz salvó a la humanidad y a los Escarlata, acabando con los Roars y ahuyentando a los Caballeros Negros. Impidió este Hijo del Único, que Utrandir se apoderara del mundo. Esto sucedió hace miles de años, tantos que ahora yo les cuento, al calor de la fogata, esta leyenda. Quien sepa escuchar, que escuche.

miércoles, octubre 15, 2008

De Princesas y otros Cuentos XX

Abrió los ojos justo antes de que el anciano le esparciera las sales bajo la nariz para hacerlo reaccionar, se quitó el polvo con la palma de la mano y estornudó. Dónde estoy quiso saber mientras intentaba levantarse sin éxito. Los hijos mayores del anciano le ayudaron a levantarse, el más pequeño le llevó un vaso con agua y vino, Kutber empezaba a volver en sí, recordando lo que había pasado. Un sentimiento de desesperación se apoderó de él, hizo por ponerse en pie pero cayó de rodillas nuevamente frente al anciano. El viejo se dio cuenta que el hombre recién llegado acababa de pasar por una fuerte crisis, lo tomó de los brazos levantándolo con una fuerza que no aparentaba y lo sentó en una silla de madera. Kutber cerró los ojos y se quedó dormido.

El anciano, que se llamaba Jason en honor a los meses del año en los que se celebraban las fiestas de la lluvia y la niebla, dejó a Kutber dormir, les hizo una seña a sus hijos para que le acompañaran a la habitación de arriba. Les contó una historia de guerras antiquísimas en las que unos guerreros de luz escarlata vencieron a los legionarios de las sombras, en el Valle de Hurüs, miles de años atrás. Les confió que el hombre que dormía abajo le recordaba al Guerrero Escarlata, la razón no la sabía pero su abuelo y el abuelo de su abuelo contaban la historia que ya era leyenda describiendo al Guerrero, qué además se tenían unos pergaminos con los glifos de lenguas antiguas y los grabados representando al máximo guerrero que ayudó a vencer a Utrandir. Jason el anciano, padre de seis hijos, sabía que su momento había llegado.

Kutber despertó entrada la noche, había vuelto a soñar con los monstruos que le perseguían bajo las ruinas del templo profanado, escuchó en el sueño sus nombres, los miles de nombres que su creador les había conferido. Supo entonces que de alguna manera su presencia afectaba a los guardianes oscuros, era demasiado el odio que le profesaban, era mucho el deseo de verlo muerto.
Miró por la única ventana de la cabaña hacia la oscuridad del bosque, creyó ver entre los árboles las desfiguradas formas de los Roars queriendo acercarse, incluso alcanzó a escuchar una voz que le decía “te he de encontrar Kutber hijo de Herus, hijo de Zarún, hijo de Harún, hijo de Lexer, hijo de Teor, hijo de Xarjas, hijo de Jason”.

-- ¿Te preguntas quién eres? – le dijo una voz que provenía del piso superior de la cabaña. Kutber dio un salto, volteó y se encontró con el rostro del anciano. –Gracias por su ayuda anciano – dijo Kutber. – Mi nombre es Jason – dijo el viejo, y entonces el Guardia Real supo porque había llegado a ese lugar.

De Princesas y otros Cuentos XIX

Kutber, Kutber… Kutber
Los ecos, con esa condición de ser repetición infinita de sonidos, amenazaban con destruir la poca cordura que mantenía en pie al Guardia Real. "Saben quien soy" piensa aquel hombre que hirió de muerte a uno de los Roars, bestias creadas por Utrandir, dios del inframundo, para vigilar las mil y un puertas del Mijrandir. Kutber aun no asimila cómo es que una simple daga plateada pudo liberarlo de aquel monstruo, de una cosa está seguro, lo perseguirán. Viene a su memoria un cuento infantil que su abuela acostumbraba a relatarle en las noches de insomnio a la luz de una hoguera en la casa familiar, la abuela Maber empezaba la historia con una frase peculiar que hasta ahora tiene sentido para el Guardia Real. "Erase un tiempo negro, dominado por el Roar, guardián de la entrada infernal, tiempo de desesperanza en la que una pequeña luz de plata salvaría a su majestad" recordó Kutber mientras seguía corriendo rumbo al bosque. La abuela Maber no decía un cuento, relataba una premonición. Aquel descubrimiento hizo que se detuviera en seco. Dejo de correr, aun cuando en su interior seguía escuchando el eco de su nombre, las voces guturales seguían taladrando sus sentidos. <¡La Princesita!>, pensó llevándose las manos al corazón. Sabía Kutber que debía encontrar la salida del bosque, regresar al Palacio y advertir al Consejo de los Pares sobre el peligro que se cernía no sólo sobre la Princesita sino sobre todo el Reino. Eran tiempos de profecías que se cumplían. ¿Por qué nadie se había percatado de las señales?
--Nebte Utrandir, necroxu –escuchó gritar Kutber sobre su cabeza. Miró al cielo plomizo y pudo ver una sombra que flotaba sobre las copas de los árboles adentrándose en el bosque. Sólo pudo adivinar una capa negra ondeando al viento, después nada. Todo fue silencio.

--Ramjandir nos proteja –empezó a orar el anciano mientras partía una hogaza de pan para compartirla con sus hijos sentados a la humilde mesa. –Que nos de más de este pan, que nos cubra con su manto de luz celestial, que prepare a sus ejércitos, por que son tiempos aciagos, bendito Ramjandir, te ofrecemos este sacrificio, por el bien de nuestra familia, por el bien de nuestro reino, así sea –finalizó. –Así sea –respondieron al unísono sus hijos. Un golpe seco a la puerta provocó que el más pequeño de ellos dejara caer su porción de pan en el platón de la sopa. Los hijos voltearon a ver al anciano, que entrecerró los ojos, sopesando el sonido exterior. Otro golpe, éste más débil que el primero, puso en alerta a la familia. El anciano se levantó y pidió su espada al hijo mayor que sacaba la suya encaminándose a la puerta. El anciano abrió con sigilo la puerta de la cabaña, de pronto algo pesado cayó ante sus pies, uno de los niños lanzó un pequeño grito tapándose la boca. El bulto murmuró: --Ramjandir sea con ustedes – y perdió el sentido.

martes, octubre 14, 2008

De Princesas y otros Cuentos XVIII

Lo que cruzó la ennegrecida puerta de la estancia, en la que Kutber se encontraba tirado sobre el piso, era indescriptible, tenía una forma y mil y una más. Su esencia era malévola, todo su ser, si es que se le podía llamar así, emanaba una malignidad que escocía la piel estrujando el alma como millones de garras afiladas. Aquello dio unos pasos situándose frente al cuerpo inmóvil de Kutber que seguía con los ojos cerrados. –Abre los ojos –ordenó la bestia (acaso era tal cosa).
El Guardia Real no podía dejar de pensar en Fenrir, su amigo de la infancia, su compañero de armas desde hacía muchos años, pensaba en la esfera de cristal en la que lo vio encerrado, pero también pensaba en su Capitán, Laszlo, el mejor guerrero del Palacio. ¿Acaso aquella fuerza maligna lo había asesinado para tomar su lugar? – ¡Abre los ojos! –gritó aquel ser deforme, su voz aguda y penetrante perforó las fibras mentales de Kutber que instintivamente abrió los ojos. Al ver aquella cosa cerca de su rostro no pudo reprimir un grito que se fue convirtiendo en sollozo. –Mírame –volvió a ordenar la sombra de mil formas. Kutber permaneció frente a aquello sacando fuerzas del miedo que sentía y lo miró a lo que creía eran los ojos. Fue como adentrarse por un pozo negro, sin fondo, un túnel de gritos desesperados y almas condenadas al martirio eterno. Vio a Laszlo siendo emboscado por la sombra en uno de los pasillos del Palacio, pudo ver cómo el mal entraba por todo su cuerpo, de igual manera que lo hizo con el muchacho taciturno de su sueño. Entonces comprendió que ya no volvería a ver a su Capitán. Pero se rehusaba a perder a su amigo. “No claudiques Fenrir, iré en tu búsqueda” pensó Kutber mientras miraba a la bestia. Una carcajada proveniente de lo más recóndito de la morada de Utrandir hizo temblar la estructura del templo profanado en la que se encontraba cautivo el Guardia Real.
--¿Qué te hace pensar que podrás hacer algo? –preguntó la bestia, tomando del cuello a Kutber y acercándolo a su nauseabunda boca (¿?). Débil Kutber alcanzó a percatarse de que algo andaba bien, en su cinturón aun estaba la daga plateada que todos los Guardias esconden de sus enemigos por si no queda otra opción que cortar gargantas. En un instante que pudo representar a todos los instantes antes de que la bestia pudiera leer la mente de Kutber, éste sacó la daga como quien busca una respuesta banal en su psique y se la encaja en la que parece ser la boca de aquella cosa que lo alzaba en vilo. La bestia retrocede pasmada, mil pensamientos cruzan por su memoria, el Guardia Real cae sobre sus piernas y antes de que pase otro instante fugaz vuelve a cortar, esta vez en lo que parece ser el cuello del ser inhumano que lo había engañado haciéndole creer que era su Capitán.
Kutber solo atina a quitarse de las manos la sustancia negra, pegajosa y nauseabunda que le mancha las ropas. Corre rumbo a la salida del templo mientras su subconsciente se entera que hay muchos más seres como el que dejó herido en aquella estancia, muchos, cientos de ellos se arrastran debajo de las ruinas, y conocen su nombre.

De Princesas y otros Cuentos XVII

Lo despertó el sol alto. Se había dormido, no por fatiga del cuerpo, si no por esa incesante necesidad de negar lo pasado. De deshacerse de la memoria plagada de pesadillas y gritos atronadores e imágenes dantescas. Supo que su propósito parecía imposible cuando comenzó a soñar, sus sueños eran al principio un cúmulo de caos, poco después tenían la sencillez de la lógica. Kutber se soñaba en el centro de una especie de altar, un círculo de megalitos que en cierto modo le recordaba a un templo de su infancia. Se vio rodeado de cientos de creyentes, de rostros fatigados, somnolientos repetían una frase a manera de mantra sagrado. Los cuerpos de los últimos creyentes parecían estar sentados a miles de leguas de distancia y a siglos de separación en el tiempo. Había un hombre que hablaba pausadamente, se dirigía a la masa de seres que lo miraban con ansiedad y que procuraban responder como si de verdad poseyeran los conocimientos secretos, aquellos por los que muchos habían muerto. Kutber los veía orar, pero en su interior sabía que ellos no podían verlo, tocarlo o mucho menos imprecarlo. Entonces despertó. Con el sol tostando su rostro, la luz le dio de lleno provocándole un dolor intenso en los ojos, pero fugaz. Tanteó el recinto en el que se encontraba tirando boca arriba, alcanzó a ver un cielo azul a través de lo que antes era la cúpula de un templo antiguo. Quiso levantarse pero le pesaba el cuerpo, era como si sobre él estuvieran diez hombres invisibles evitando que se pusiera en pie. Respiro profundamente, cerró los ojos y pensó en su Capitán, en su amigo Fenrir, en el bosque, volvió a quedarse dormido.
Soñó con un muchacho taciturno, de piel oscura y rasgos afilados. No le sorprendió ver que ese muchacho tenía una media sonrisa pintada en el rostro. De igual manera no se movió de su lugar cuando una sombra tangible se escabulló por los resquicios de una puerta de madera y envolvió el cuerpo del muchacho, metiéndose por los poros de la piel, por los orificios de la nariz, la boca, los ojos, los oídos; emitiendo un silbido parecido al de las cobras del desierto cuando están a punto de atacar a sus presas. Un breve momento de silencio se dejó sentir por toda la estancia. Luego el muchacho abrió los ojos desmesuradamente, profirió un grito desgarrador y se elevó por el aire hasta el límite del techo del templo. Kutber presenció todo como un mero espectador, se sentía mareado, una nausea le recorrió el estómago provocándole una arqueada que casi lo ahoga. Todo se quedó a oscuras.
Pasó un tiempo eterno entre sueño y sueño. Un tiempo que parecían milenios, universos enteros murieron y otros se crearon. Kutber alcanzó a ver en su viaje astral a Fenrir atrapado en una esfera de cristal, luchando por salir, era una estrella más en una galaxia que se hacía vieja mientras él soñaba. Durante un instante que le pareció como dos siglos, Kutber pudo ver a la Princesita dormida entre los edredones de una cama, un poder maligno se cernía sobre su cuerpo, pero él estaba imposibilitado, no había forma de ayudarla.
Cerró los ojos con fuerza mientras se repetía que nada era cierto, los abrió solo para darse cuenta que seguía sobre su espalda, tirando en medio de lo que parecía un salón enorme, un templo en ruinas, que dejaba entrar el sol por una cúpula inexistente. Supo que algo se acercaba incluso antes de que la puerta comenzara a abrirse. Supo que era enorme, peligroso y desconocido.

De Princesas y otros Cuentos XVI

Laszlo corrió la correa que amarra la silla de montar en su caballo mientras le grita a su escudero que se apure con la espada y el yelmo. En tanto otros dos Guardias Reales se preparan para ir tras de su capitán, no saben bien aun cual es la misión pero por la premura piensan que debe ser muy importante. Laszlo, el capitán de la Guardia Real salta sobre su montura e insta a los otros dos a seguirlo, con una mirada desafiante que parece decirles “en un momento les explico”.
A todo galope, en los caminos aun mojados por la tormenta de la noche, Laszlo les explica gritando a sus dos guardias que la Princesita se ha perdido, que es su misión encontrarla a como de lugar. Fenrir, piensa que es una desgracia, mira de reojo a su compañero, pero Kutber sólo atina a entrecerrar los ojos y apurar el galope.
He aquí que, Laszlo, Fenrir y Kutber, tres guardias reales dispuestos a morir por su princesita, se internan en el bosque real, sin saber lo que les esperaba en la espesura de aquellos territorios ancestrales pero casi desconocidos para la mayoría de ellos. Tan solo los caminos trazados hace muchos siglos son los linderos permitidos para viajar. Pocos se han atrevido a explorar las profundidades del bosque, más allá de los senderos, y nadie ha sabido de alguien que regrese de semejante travesía. Pero eran estos tres hombres valientes los que sin detenerse a argüir algún tipo de excusa se habían calzado sus armaduras y habían emprendido el viaje.
Mientras tanto la Princesita sigue dormida en sus aposentos del Palacio Real, pero nadie se ha ocupado de averiguar si realmente está dormida. Porque nadie se imagina lo que está por venir.
Kutber le hace una seña a Fenrir cuando el capitán les ordena disminuir la velocidad, Laszlo está analizando la posibilidad de internarse en el bosque, pero la oscuridad aun no cede su paso a la luz del día, todo parece tan denso, tan espeso más allá del camino dibujado sobre la tierra rojiza convertida en barro por la lluvia precedente. Fenrir se atreve a interrumpir las cavilaciones de su Capitán diciéndole que no le parece buena idea la de meterse en esa boca monstruosa que es el sendero oscuro por donde Laszlo ha tomado ya la decisión de cabalgar. Kutber comienza vacilante a seguir a su Capitán, pero su caballo presiente el miedo circundante, la sensación de que miles de ojos inyectados en odio y sangre los observan detrás de cada árbol, Kutber mira hacia arriba intentando descubrir el cielo pero lo único que alcanzan a distinguir sus ojos son las ramas de los árboles entrelazadas a decenas de metros de su cabeza formando una especie de cúpula que a esa hora del día se ve negra como la noche misma. Fenrir va detrás, empujando a su corcel que no quiere saber nada de expediciones hacia lo desconocido. Los tres hombres valientes apresuran el paso al encontrarse con un sendero antiguo, sembrado de hierba, un camino que tiene cientos de años de no ser recorrido.
Kutber siente un escalofrío en la espalda, semejante a millones de alfileres clavándose en su espina dorsal, vuelve la mirada sobre su hombro izquierdo y parece adivinar una figura inhumana que los vigila mientras se oculta tras los troncos de los árboles. Empieza a silbar una melodía antigua, una leyenda que cuenta sobre los Guerreros de la Luz y como éstos vencieron al Señor de las Tinieblas en la batalla de Hurüs, una leyenda que pretende les infunda valor para seguir adelante. Fenrir le pregunta al Capitán sobre las razones que podrían existir para raptar a la Princesita y entonces cae en la cuenta de que nadie les ha dicho donde empezar a buscar. Fenrir piensa, que Laszlo, su Capitán debe saber algo que ellos no conocen, al fin y al cabo eso es lo que lo hace su superior. Sin embargo no quiere quedarse callado, así que tal vez para romper el silencio que dejó la melodía de Kutber, o quizá para estar preparado cuando su Capitán les de indicaciones, Fenrir le inquiere al hombre que lidera la expedición: --Capitán, ¿qué es lo que le hace pensar que encontraremos algo por aquí? – a lo que una voz gutural que no se parece a la de Laszlo le responde: --porque son mis dominios –al tiempo que el ser que profirió aquella respuesta se vuelve y muestra su verdadera identidad, con un grito que taladra los oídos de los dos guardias reales.
Sobre las copas de los árboles del bosque una parvada de aves negras emprende el vuelo, asustadas por un grito inhumano.

jueves, octubre 09, 2008

De princesas y otros cuentos XV

La sombra le ha ordenado que se levante.
Le ha dicho que los cobardes no tienen cabida en sus planes para el reino, que busque merecer el amor de la princesita. El muchacho no atina a comprender de dónde proviene la voz, pero está muy dentro de su mente, le habla, le susurra, toca las íntimas fibras de su ser desconsolado, golpeado, humillado a causa de la princesita y su amante, su amante, se repite el muchacho y pareciera que aquella palabra le infunde rabia y coraje para ponerse en pie. La sombra lo envuelve y el muchacho va sintiendo cómo su cuerpo se desvanece, sus piernas, sus brazos, son como alas frágiles, cada poro de su piel le hace pensar en un manantial en ebullición. De pronto, ya no está. El cuerpo del muchacho ha dejado de ser, ha dejado de estar en la mazmorra, desvanecido, siente cómo viaja por encima del castillo, ve bajo sus pies el foso que rodea la construcción milenaria donde con seguridad la princesita vivirá por el resto de sus días con su amante "deja de pensar en ello" se ordena el muchacho y entonces mira hacia abajo y ve el bosque negro de los confines del Reino. Un resplandor ciega momentáneamente su campo de visión, dos seres alados, de color gris profundo se acercan a él, le toman de los brazos mientras le susurran al oído a través de bocas inexistentes que ha sido elegido como sucesor de su amo y señor. Un escalofrío recorre las piernas del muchacho, "yo sólo la quería para mi" piensa. "Por eso es que la tendrás" le dice una voz que reconoce como la del Hombre de Negro. Entonces se desmaya.
En el Castillo, la Dama de Compañía de la Princesita se deshace en gritos a los sirvientes, ha pasado casi toda la madrugada enviando mensajeros a los consejos del pueblo y a los pares del Reino, convocando reuniones urgentes. –Maldita sea—grita la anciana. –No es posible que nadie sepa dónde se encuentra la princesita –se queja bajando las escalera rumbo a la sala de Concilio donde ya le esperan algunos Pares, con rostros angustiados. Es una mala señal, dicen algunos, ahora que la Princesa está por cumplir años. Mal presagio, piensan otros, ahora que esperaban que buscara marido y consolidara las relaciones con los reinos vecinos.
<<¡Cómo si les importara tanto su bienestar!>> piensa la Dama de Compañía en tanto les sonríe a los ancianos que ponen cara de circunstancia, ella sabe por dentro deben estar regodeándose en la posibilidad de que la Princesita realmente esté perdida… mejor aún, que no regrese. –Señores, quiero adelantarles la situación –empieza a decir la Dama sentándose en un sillón alto a la derecha del trono del reino. –Nuestra bien amada Princesa se ha extraviado, no sabemos bien si ha sido raptada o si simplemente salió al bosque y se perdió, pero tenemos a un sospechoso encerrado en las mazmorras del sótano del Castillo –dijo y se sirvió vino en un vaso de madera que tenía grabado a fuego el escudo del Reino. –Es necesario que esperemos a los demás Pares –continuó la anciana –deberemos tomar decisiones, la primera de ellas la he tomado en su ausencia puesto que me pareció lógica, he enviado algunas tropas en búsqueda de nuestra majestad.— dijo la Dama y le dio un último sorbo al vino.
Mientras tanto, en los aposentos de la Princesita, el sol se colaba por los ventanales adornados con vitrales milenarios que contaban las leyendas de cómo nació el reino, de sus héroes y sus villanos. Los rayos del sol besaban con calidez el rostro de la Princesita, que entre sueños sabía que estaba amaneciendo pero no quería despertar, seguía soñando con su amado, sintiendo su cuerpo tibio mientras la abrazaba, tocando su piel de bronce con sus dedos de Princesa, límpidos, blancos como la nieve. En su fuero interno sabía que era suyo, sabía que ella le pertenecía a él. Entonces lo supo, ya jamás podría separarse de él, ni siquiera la muerte los alejaría pues si acaso su caballero de bronce, su amante iluminado, llegara a morir, ella lo seguiría sin pensarlo. "Ya lo decidí" pensó la Princesita, "quiero ser suya por siempre". Volvió a cerrar fuertemente los ojos, una sonrisa pintaba de luz su rostro, se abrazó a sí misma y se quedó dormida una vez más.
A mitad del bosque real, justo a dos leguas de camino de los confines del Reino, se encuentra una cabaña vieja, su madera procede de los árboles primigenios de aquel bosque, los cimientos mismos son vestigios de castillos ancestrales, que tuvieron su época de esplendor muchos siglos antes de que el Castillo de la Princesita fuera construido por la familia real. Las vigas que sostienen su techo están labradas en cedros milenarios, cortados por los mismos seres que construyeron sus moradas más allá del límite del reino. Aquellos seres también se les conocía como Caballeros Escarlata, cuya misión era la de proteger la continuidad de la verdad, la justicia y la paz en los mundos terrenos. He aquí que nuestro Caballero Escarlata representaba al último de su linaje, y el hombre al que amaba la Princesita, era su heredero.

miércoles, octubre 08, 2008

Patria mutilada

Estas nubes grises de dolor pasmado,
estos ojos tristes de llanto anegado,
esos brazos mutilados,
esas piernas que se han ido,
esta muerte con olor a pólvora,
todas las muertes que devora,
que enloquece de lamentos,
que te roba los momentos
cuando de risas estabas lleno,
esta cabeza que no alcanza,
que no pide una alabanza,
que se conforma con un sentido pleno,
de vivir con la certeza,
con la seguridad del abrazo en tu seno,
patria mutilada de insensatos hijos,
cómo duermes bajo los cobijos
de la corrupción y la pereza,
del desconsuelo y la ausencia de asombro,
patria mía que va perdiendo entereza,
pueblo mío que ya no anda brazo con hombro.

¿De qué me sirves si no te puedo abrazar y sentirme amado?

viernes, agosto 15, 2008

Autopsia

Qué muerte me ronda en estos tiempos,
calles atestadas de seres inhiestos,
ojos de transeúntes blanquecinos,
surcos abiertos como heridas,
gritos de horror bajo los puentes de piedra,
qué muerte me espera como a todos,
agazapada tras un mueble de la casa
sollozando a su suerte malquerida,
qué muerte tan reñida.
Qué muerte me mira por debajo del alma
sardónicamente riendo tras mi espalda,
qué calles ahora tan vacías
abiertas de tajo como autopsia furtiva,
vuelan insectos sobre sus heridas,
posan sus miradas de deseo prohibido,
queriendo ser los cuerpos que llenen sus vacíos.

miércoles, julio 02, 2008

Quimera

Este cuerpo mío,
fragmentado, mutilado,
de andar cansado,
ruega alma de impío
descanso eterno,
sueña que muere de a poco,
sueña en el infierno
si acaso eso existiera,
sueños de hombre loco
y en su locura te quisiera,
para siempre, para todo,
hasta que la vida nos uniera,
en un crepúsculo a modo
de telón de fondo de esta quimera.


Quimera: (f) aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo. (RAE)

martes, julio 01, 2008

Maratorio

Mis ojos lloran lágrimas de sangre,
sangre que de sal se desborda,
mis ojos crean olas de mar y sangre,
navegan sentados en la borda
de un barco mercante de ilusiones.
Mis labios besan estrellas de mar
y caracolas vacías de pasiones,
lloran mis labios de ultramar,
de reinos de Neptuno milenarios,
mi rostro es una estatua de piedra,
que no se vende ni por mil denarios,
impasible mira el fondo de la hiedra
del mar océano que es mi maratorio,
le conozco, le se todo,
me despojo de mi túnica lapislázuli,
y te envuelvo el cuerpo de arena
para no destruirte cuando suba la marea.

Maratorio: licencia poética para referirse a lo que corresponde a los lugares, sitios, o porciones de la superficie marítima, es la contraparte de territorio.

lunes, junio 23, 2008

De princesas y otros cuentos XIV

Dos manos. Un tiempo fuera. Una tormenta interrumpida. Una hoguera apagada apresuradamente. Afuera de la cabaña en medio del bosque parecía el fin del mundo, los árboles milenarios se balanceaban víctimas de las rachas de viento y lluvia que azotaban sin piedad más allá del claro, y de pronto la luz, una potente luminosidad los envuelve, abrazados se sienten invisibles, poderosos, inmortales. La luz los eleva hasta el límite del tejado de la cabaña, mientras afuera se escuchan llantos y lamentos, gritos de rabia y conjuros en lengua antigua. Ellos, se abrazan y no atinan otra cosa que hacer que besarse, con un beso desesperado, sus pensamientos son de tragedia, funestos, no piensan más que en la despedida, quizá era demasiado riesgo, quizá perderían la vida los dos, así abrazados, como dos eternos amantes en desgracia.
El Caballero Escarlata levanta su mano derecha y grita sobre el ruido de la tormenta, la luz que emana de su cuerpo envuelve la cabaña cada vez con más fuerza. Ya nada hará que su protección desaparezca. Dentro, la Princesita y el joven discípulo del Caballero Escarlata se funden en un último abrazo, hasta que ella desaparece y el se desvanece en la nada. Después todo es silencio, una calma sobrenatural embarga el lugar. El fuego en la chimenea se apaga, se mueren las brasas. Repentinamente deja de llover, la tormenta ya no es una amenaza y el silencio solo es roto por el galope de caballos acercándose.
La Princesita aparece en su habitación del Palacio, bajo los edredones de su cama real, dormida piensa que todo fue un sueño, pero su alma le dice que fue verdad. Estuvo con él en la cabaña secreta del bosque. Lo amo, y lo ama todavía más. No quiere despertar, si es que es un sueño desea dormir por siempre. Afuera hay un bullicio que le parece muy lejano, sus ojos empiezan a percibir que amanece en las tierras del reino. Pero no quiere abrir los ojos, no quiere. Desea perderse para siempre en el sueño eterno en el que se encuentra.
Se siente en paz, una enorme calma envuelve su cuerpo y sus pensamientos y entonces vuelve a dormir, sueña que su dama de compañía grita su nombre pero ello no desea contestar. Y guarda silencio.

viernes, junio 20, 2008

De princesas y otros cuentos XIII

El viaje de regreso había sido una tortura, pero nada comparado con lo que le esperaba en las mazmorras del palacio, de un héroe se había convertido en un mentiroso, posible raptor y hasta asesino de su graciosa Majestad. Graciosa no era ni por asomo la situación en la que el muchacho se había metido, temblando de frío se acomodo en el calabozo, procurando quedar lo más lejos de la puerta por si alguien entraba y lo encontraba dormido. Observó, a través de los barrotes del agujero que pretendía fungir como ventana, que seguía siendo de noche, una noche que le parecía cada vez más eterna. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, calientes, sarcásticas, como burlándose de su suerte, y se arrepintió de haberle dicho a aquel hombre de negro que él era capaz de besar a la Princesita, pero en qué cabeza de chorlito cabía la posibilidad de que siendo un plebeyo podría acercarse lo suficiente a la Princesa como para besarla, y en el remoto caso de que aquello fuera posible, acaso un beso podría ser suficiente para enamorar a su Majestad, el muchacho creía que sí, al menos el día de ayer aun pensaba de esa manera. Se durmió pensando que tendría pesadillas, y las tuvo.
Arriba, en el Palacio, la dama de compañía despertó a los pajes, a las cortesanas, a los cocineros, a la guardia real y a los jardineros. Gritando les indicó que buscaran por todo el Palacio, que la Princesita al parecer se había perdido, la habían raptado o sabría Rajmandir el Supremo qué podía haberle pasado. Despachó de inmediato al mensajero con claras indicaciones de no parar hasta avisarles a todos los miembros del Consejo de Pares que se les estaba convocando a una reunión urgente, el mensaje era el mismo, la Princesita se ha extraviado.
Amanecía sobre el Reino, los sirvientes buscaban a su Ama, el pueblo bajo la colina despertaba con un bullicio alentador, parecía que después de tantos días bajo la lluvia este sería un día soleado, digno de salir a pasear al perro, llevar a los niños al campo y volar cometas, caminar de la mano con el amor eterno y sonreír porque todo era perfecto. Pero nadie sabía la noticia que en esos momentos mantenía en la locura al Palacio, nadie sospechaba que quizá se habían quedado una vez más sin gobernante. El día que murieron los Reyes en aquel fatídico accidente en el camino real, más de uno pensó en la maldición milenaria de los hechiceros del sur, pero de la misma manera, más de uno creyó ver sombras extrañas en el bosque momentos antes de que se desbocaran los caballos que halaban el Carruaje Real. Todo el pueblo lloró, durante días con sus noches llevaron túnicas azul marino, señal de luto. Entonces el Consejo de los Pares tomó la decisión de llamar a la Princesita heredera, era necesario que dejara el internado en las Montañas Blancas del Oriente, para aceptar su destino, sería la nueva gobernante por derecho de Rajmandir el Divino.
En el Calabozo de Palacio, una sombra se escabulle por el único agujero que servía de ventana al exterior, la sombra sisea, entra al recinto oscuro, húmedo. El muchacho está tendido sobre su espalda, con los brazos cruzados sobre el pecho, duerme, sin saber que su suerte está echada. La sombra no tiene forma, pero habla, con susurros que hielan el alma, con lamentos que vuelven locas a las ratas que huyen por un orificio en la pared. La sombra ordena, y el muchacho no puede hacer otra cosa que obedecer.

lunes, junio 16, 2008

Exordio

Son como tus ojos
dos faros guiadores,
son como tus brazos
dos alas que vuelan,
a dónde que más adores,
a dónde que yo te quiera,
son tus labios como fuente
y medicina/divina.

viernes, junio 13, 2008

De princesas y otros cuentos XII

-Aquí no hay nadie –dijo la mujer mientras lanzaba una mirada de desprecio al muchacho que no podía creer lo que sus ojos no encontraban. La cabaña estaba vacía, en la chimenea una hoguera estaba a punto de emitir su última chispa de calor, el viento frío que entró por la puerta cuando los guardias de palacio rompieron la entrada acabó con lo que quedaba del fuego. –Creo que tendrás que dar una explicación más convincente muchacho, si deseas salir con bien de ésta –advirtió la dama de compañía de la Princesita. –Pe..pero yo lo vi con mis propios ojos señora, vi cómo el hombre de negro abría una especie de portal en el cielo, vi como en un espejo la imagen de su Alteza, sentada en un diván frente a esta chimenea –se excusó el muchacho.
-El hombre de negro, ¡basta ya de semejantes tonterías niño! –gritó la anciana mujer –no nos has explicado quién es el tal hombre de negro, a mi me parece que estás inventando todas estas patrañas para desviar nuestra atención, así que mejor dime ¿dónde tienes a la Princesita? – preguntó la señora mientras tomaba del hombro al muchacho que no dejaba de temblar, quizá por la lluvia fría que se colaba por las ventanas de la cabaña, quizá por el miedo que esa mujer de mirada turbia le infundía.
-Le aseguro señora que es verdad lo que le digo, sería incapaz de poner en riesgo a su majestad –lo juro por el gran Ramjandir—dicho esto la anciana lo miro con desprecio, chasqueó los dedos y de inmediato se apersonó uno de los guardias que vigilaba la puerta de la cabaña. –Vámonos, de regreso al Palacio y tomen de prisionero a este muchacho, deberá ser interrogado por el Consejo de los Pares.
El muchacho solo atinó a balbucear que él estaba diciendo la verdad, pero fue esposado y montado en uno de los caballos de los guardias.
El trayecto de regreso no fue exento de peripecias para el cochero, pero una vez más su experiencia salvó en más de una ocasión al carruaje y sus ocupantes de caer en uno de los tantos acantilados del bosque. La lluvia había amainado para cuando llegaron al Palacio, el muchacho que iba montado sobre un caballo de la guardia, esposado de manos y pies, había perdido el conocimiento, así que lo cargaron en vilo hasta una celda del calabozo del palacio. Mientras tanto la dama de compañía enviaba al mensajero a todos los rincones del reino para convocar al Consejo de los Pares a una reunión con carácter de urgencia, el mensaje era sencillo: “la Princesa se ha perdido”.
En tanto, en una cueva oscura de los confines del bosque un hombre vestido de negro maldice al fuego que intenta encender con un poco de magia, se quita la capa y el sombrero, deja ver a la luz de la fogata un rostro adusto, una cicatriz milenaria le recorre la mejilla izquierda, sus ojos negros son dos agujeros insondables, llenos de odio y deseos de venganza. Su caballo, inquieto, se pasea por la caverna olisqueando aquí y allá, sabe que su amo está furioso y no se atreve a acercársele. El hombre de negro se concentra en el fuego, pasa una mano por las llamas y atrae hacia él una flama amarilla, en trance murmura frases ininteligibles, sus ojos negros ahora parecen dos perlas cristalinas cuyo poder de encantamiento podría llevar a la muerte a cualquiera de sus enemigos.

miércoles, junio 11, 2008

Breviario

"Hay ocasiones en las que no entiendo, por eso pregunto"

Caballero Escarlata: último guerrero de la luz escarlata, se cree que formó parte de las legiones de la claridad que hace dos mil años vencieron a los Hombre de Negro, seguidores de Utrandir. Monta un caballo gris plata, que es capaz de correr a velocidades asombrosas, lleva como arma su magia y un báculo de madera común. Porta un traje rojo escarlata, de ahí su nombre, y una capa mágica. Proclamador del Único dios verdadero, conocido también como Ramjandir.

Hombre de Negro: legionario del dios del inframundo, conocido como Utrandir. Su nombre proviene del color de su vestimenta, es un gran mago oscuro. Su lucha es por establecer el dominio de su deidad en el mundo conocido. Cabalga un brioso caballo negro, tan oscuro que incluso en la noche parece invisible. Su arma es una espada mágica y los conjuros de magia negra perfeccionados con el curso de los milenios.

Utrandir: Dios del Inframundo, Señor de la Oscuridad, Dueño de las Cuevas Profundas del Mijrandir.

Ramjandir: Dios de la luz, conocido por sus seguidores como el Único dios verdadero, Potestad de los Cielos Infinitos, Dios Sol.

Mijrandir: Profundidad de los mundos conocidos. Inferno, morada de Utrandir.

La Princesita: soberana del Reino del Este, a sus casi trece años inicia un su gobierno apoyada por el Consejo de Ancianos y por la tutela de su dama de compañía.


Rey Maldito, desde un lugar muy lejano.


De princesas y otros cuentos XI

El carruaje avanzaba velozmente por los caminos enfangados del bosque real, por momentos parecía que perdía el control, pero el cochero era hábil y diestro al manejar la cuadrilla de caballos pura sangre que jalaban el vehículo. Adentro, los pasajeros luchaban contra el mareo y el miedo provocados por los constantes tumbos, y por supuesto, por la idea de que la Princesita estaba en peligro. La lluvia seguía cayendo incesante, los relámpagos iluminaban los árboles ancestrales dándoles vida, como si fueran gigantes furiosos que en cualquier momento podrían abalanzarse contra aquellos que se atrevieran a profanar el sagrado bosque. El muchacho, aun escurriendo agua por la frente miraba de vez en cuando a través de la ventanilla, temblando procuraba articular palabra para explicarle a la dama de compañía de la Princesita que había visto cómo el hombre de negro realizaba conjuros al cielo maldiciendo a su Majestad. La dama de compañía ponía cara de circunstancia, como si de verdad le importara el futuro de su pupila.
Los guardias de palacio cabalgaban tras el carruaje real, seguros de que su valentía y coraje los protegían de cualquier peligro que surgiera en el bosque. Pero no estaban preparados para lo que se avecinaba, a decir verdad, ninguno de ellos estaba preparado.
En la cabaña ubicada en un claro del bosque, la Princesita y el joven que se había enamorado de ella se tomaban de las manos y sentados frente a la chimenea encendida se miraban sin decir palabra. Hay cosas entre dos enamorados que se pueden decir sin que medie la voz. Los ojos de la Princesita brillaban con una luz que cegaba, y la sonrisa del joven era una muestra clara de que había amor verdadero entre los dos. Se abrazaron sin miedo, a sabiendas de que nada era eterno, que lo único que hay es el presente, se besaron largamente, con el beso de la ausencia, de la nostalgia inacabada, de las ganas de verte cada mañana.
Más allá del bosque, en los límites del reino, un caballero de capa escarlata cabalgaba sin descanso, alzando un báculo de vez en cuando al cielo que amenazaba con derribarlo de su montura a fuerza de lluvia y viento. Murmuraba algo el caballero escarlata, decía algo solo para los oídos de su caballo, y éste aumentaba el brío de su carrera, sorteando árboles, troncos, relámpagos y barrancos. Oraba al Único el Caballero, pidiendo que nada malo le aconteciera a su protegido, buscaba rastros, visiones, lugares a los que podría haber ido el joven pupilo. Fue entonces que, como un destello fugaz cruzó por su mente la idea de una pequeña cabaña en el centro del bosque, vio también a un hombre ataviado con ropas negras como la noche que gritaba algo hacia la tormenta y al tiempo montaba un brioso caballo más oscuro que las cuevas del maligno Utrandir, el dios del inframundo, enemigo siempre del Único.
El Caballero Escarlata reconoció entonces al Caballero Negro, legionario de Utrandir, miembro de una logia de caballeros oscuros cuya ambición era la de adueñarse del mundo conocido para sumirlo en la negrura de su deidad. Levantó el Caballero Escarlata su báculo y profirió una oración mientras de su mano izquierda salía una luz roja como el atardecer, una luz que atravesaba el torrente de lluvia, que parecía partir en dos la tormenta, un destello poderoso que cruzó tan veloz el bosque que los árboles se iluminaron por sólo unos segundos.
-Mijra, elentul abatur regmeni luqoor me meenti- dijo el de rojo al cielo. La luz que de su báculo emanaba llegó hasta la cabaña en el claro del bosque justo antes de que el Caballero Negro pudiera alcanzar a hacer algo. –Nebte Utrandir, necroxu defenes Utrandir—gritó el de Negro pero ya nada podía evitar que el escudo escarlata cayera.
El carruaje real llegó unos instantes después de que el Caballero Negro huyera hacia las profundidades del bosque. La cabaña se hallaba impasible en medio del claro, había una tenue luz amarilla que salía por las ventanas. La dama de compañía bajó del carruaje seguida del muchacho que un día se sintió capaz de besar a la Princesita, su corazón temblaba, por fin podría acercársele. Abrieron la puerta de la cabaña, la hoguera en la chimenea se extinguía, pero no había nada más en su interior.

martes, mayo 27, 2008

Pliego petitorio

Quiero construirme una casa
con tus manos pequeñas,
quiero tener el equilibrio
de tus piernas de hada,
para esconderme en las noches
de pasión desvelada,
para no gritar el silencio
que desborda mi alma.
Quiero hacerme un faro
con la luz de tus ojos,
y un refugio en la sonrisa
de tus labios míos,
para decirte al oído
que es mucho lo que siento,
que es nada, que no miento,
que podría abrazarme
y quedarme para siempre
en tu cintura de flores amarillas.
Quiero recorrer el mapa
de tu espalda que me llama,
que me dice sigo siendo tuya,
que me lleva a la fuente eterna
de mis noches somnolientas,
todas tuyas, todas mías,
y me asomo a la ventana de la vida,
para verte una vez más
bañada en luz de luna,
quiero ser tu siempre y tu mañana,
quiero ser tu eterno y tu secreto,
quiero ser el alba en tu cama,
y tu grito y tu silencio
y tu andar y tu estar quieta,
tu camino y tu destino,
tu viaje, tu itinerario, tu guía,
tu horario,
tu plan y resultado,
quiero ser tu olvido anhelado,
y tu recuerdo más sagrado.

lunes, mayo 26, 2008

De princesas y otros cuentos X

La Princesita besa los ojos del joven que la abraza, pero debe pararse de puntillas para alcanzarle, el joven sonríe y la abraza mientras le dice al oído que la ama, que nada ni nadie podrá separarlos, aunque sabe que puede ser solo un cuento, una historia escrita entre los dos, una fantasía que sin remedio al final los dejará vacíos. No le importa, esta noche está con ella, esta noche de tormenta están juntos frente al fuego de la hoguera, y no existe más nadie, el mundo se ha paralizado, los enamorados son invisibles a los ojos de los simples mortales.

No saben que están en peligro, peligro de muerte, el Caballero Negro se ha empeñado en controlar el Reino mediante la artimaña de hacer que el muchacho enamore a la Princesita y se case con ella, entonces el de Negro podrá ser el Visir y apoderarse de las riquezas del Reino es su cometido. Al saber que ella estaba enamorada de otro su enojo fue tan grande que ahora cabalga rumbo al escondite en medio del bosque con la intención de acabar con el joven que amenaza sus planes. Pero no sabe que otro jinete se acerca, un Caballero Escarlata que ha tomado bajo su tutela al joven enamorado de la Princesita.

Mientras tanto en el Palacio, el muchacho, ensopado y tiritando de frío trata de explicarle de la mejor manera a la Dama de Compañía de la Princesita lo que ha ocurrido, intentando hacerle ver que ella corre peligro de muerte, que el Hombre de Negro va tras ella. ¿Cómo lo sabe?, le pregunta la Dama. –Por que el Hombre de Negro es mi maestro—dijo el muchacho bajando la cabeza.

viernes, mayo 23, 2008

De princesas y otros cuentos IX

Va surgiendo de las sombras del bosque estival. Lleva consigo la verdad, la lealtad, la justicia, los sueños de todos. Sueños colectivos hechos de pedacitos de esperanza. Monta un caballo blanco, valiente caballero, su nombre es temido por muchos, el Caballero Escarlata galopa sorteando los árboles y encrucijadas del bosque real, sabedor de que tiene que llegar antes de que sea demasiado tarde.
Y en los linderos del Palacio un muchacho, indeciso y profundamente aterrado, no se atreve a moverse de su escondite mientras observa como el Caballero Negro levanta la mano izquierda y lanza una maldición al cielo. La lluvia cae con insistencia, arrecia, un relámpago ilumina el contorno de algo que se mueve entre la maleza del bosque, algo que resopla, se acerca.
En una cabaña escondida en lo más profundo del bosque, un fuego arde en una hoguera, dos cuerpos se abrazan, se reconocen, a sabiendas de que todo aquello está prohibido, que el pueblo no entendería, que el Palacio no permitiría, incluso que uno de ellos podría ir directo al calabozo, condenado a prisión por su atrevimiento. La Princesita sonríe con la mirada, callada, une sus labios a los del joven que la abraza, y le dice que la adora, que nadie como ella en el mundo para hacerlo feliz. Y ella sabe que es un sueño, una fantasía, un castillo hecho de aire y nubes. Pero no le importa, quiere seguir soñando a que es cierto.
En la otra orilla del bosque, lejos del Palacio, un jinete cabalga a toda velocidad dejando tras de sí una estela escarlata. Va pronunciando hechizos en lengua antigua, su espíritu se concentra en la voz que atraviesa el bosque llevando una maldición dirigida a la Princesita y a su enamorado, que no saben lo que está por venir.
En la puerta del Palacio dos guardias somnolientos se muestras aturdidos y molestos por la insistencia de un muchacho que quiere hablar con la dama de compañía de la Princesita, dice saber donde está y asegura que corre peligro.

martes, mayo 13, 2008

De princesas y otros cuentos VIII

He aquí que el hombre de negro profirió una maldición en lenguaje antiguo, lenguaje que se creía perdido en los años viejos cuando los hombres coexistían con toda clase de seres inteligentes, su voz sonó profunda, como río crecido, como tropel de caballos que se dirigían a las oscuridades del bosque. Una lluvia chapucera comenzó a caer casi al instante, el muchacho se ajustó la capa para guarecerse, tembló un poco aunque no supo si era por el frío de la noche o por la impresión de ver al hombre de negro levantar la mano derecha y señalar con ella al bosque mientras gritaba una vez más en aquella lengua extranjera que no significaba nada para él pero que le escocía la piel.

¡Eolim, Eolim, trubat menestot Eolim!

El monolito del Palacio a su espalda se iluminaba con la luz de los relámpagos, el sonido del trueno se confundía con su voz, oscura, grave. El hombre de negro recibió a su caballo que llegó jadeando de donde quiera que estuviese, en tanto lo montaba seguía gritando a la tormenta <¡Eolim, subirat aquas temorit surpa tupilar!> A cada maldición la lluvia arreciaba, el muchacho se escondió tras un pilar de la entrada del Palacio y pudo ver cómo el hombre de negro salía a todo galope internándose en el bosque. La tormenta seguía, el chico que una vez se creyó capaz de besar a la Princesita no atinaba qué hacer, se había quedado frente a Palacio, bajo la lluvia, sin modo alguno de regresar al pueblo como no fuera caminando por los senderos llenos de lodo y convertidos en ríos. El hombre de negro se había ido.
Mientras tanto en una cabaña perdida en las profundidades del bosque se encendía un fuego en la hoguera, dos cuerpos se abrazaban sabedores de que quizá merecían el infierno de la lejanía y no el paraíso de estar juntos.

viernes, mayo 09, 2008

Por el día de las Madres.

Hay quienes no tienen madre para festejar. Los hay aquellos que festejan a toda madre. Hay quienes festejan una madre y otros que festejan de a madre. Luego están los que se rompen la madre por festejar, los que festejan a madres, los que no festejan ni madre y aquello que festejan pura madre. Pero también existen aquellos que tiene mucha madre y la festejan.

Un verso irónico de mi infancia decía:

"Madre querida, madre adorada
me llevas al cine
y tú pagas la entrada,
compro palomitas y no te doy nada,
te busco un asiento y te quedas parada"


No hay mejor ejemplo del sacrificio que realizan nuestras abnegadas madres.

A lo lejos se escucha un golpe y una voz surge de la nada gritando: ¡Madres!

jueves, mayo 08, 2008

De princesas y otros cuentos VII

¿Dónde estará la princesita?
Urdiendo un plan, pensó que quizá lo encontraría.
Es tarde ya y no le veo pasar, dice en voz baja el muchacho que ha sido instruido por el hombre de negro.
Por un beso, mi reino entero, pensaba la Princesita dónde sea que estuviera.
El hombre de negro sonríe con sorna, detrás de su mirada se reflejan los demonios más ancestrales.
Dime cuántas veces te adoro y te diré que siempre una más, una más, decía la Princesita al recién llegado.
En el umbral de la puerta, su figura recortada por la luz del exterior, se encuentra un ser desconocido para todos, menos para aquella que se encuentra dentro de la cabaña en medio del bosque real. Sonríe, avanza dos pasos, titubea, sigue andando y extiende los brazos.
Brazos de plebeyo diría la dama de compañía de la Princesita.
Brazos prohibidos dirían los padres de la Princesita si aún vivieran.
Brazos condenados diría el hombre de negro sí pudiera además, ser vidente.
Brazos que te alejan, diría el muchacho si en lugar de estar frente a la puerta del Palacio sus pasos lo hubieran llevado hasta la profundidad del bosque.

martes, abril 29, 2008

Musa breve

Me viene la musa breve, cuenta gotas,
pedacitos de luz colándose entre rejas.
Me viene escribir diatribas,
metáforas y apologías personales,
musa breve me derribas
en tu cintura de corales,
blanca espuma,
mar que abraza traicionero,
mil razones para decir no quiero.
Y pasan noches como dagas,
espadas sobre nuestras cabezas
mientras te envuelvo con las sagas
de héroes, villanos y princesas,
pasas días con sus tardes y regresas
a decirme que este ajado corazón
me desea, sutil, breve paradoja
de amaneceres faltos de razón,
yo creo todo lo que dices,
mas no hay historia que escoja
su final, por no morir,
cuando de escribirla acabes.

jueves, abril 24, 2008

De princesas y otros cuentos VI

En el palacio, la Princesita se aburría escuchando las palabras de su dama de compañía quien le insistía en organizar el baile anual del principado, con el fin de buscar un buen mozo entre los nobles y formalizar un posible matrimonio. Lo que la dama de compañía no sabe es que la Princesita esta harta de su perorata del prometido, y observa por la ventana de la torre del ala oeste del palacio al pueblo que más allá del bosque real se erige como una invitación a su curiosidad. ¿Qué cosas habrá más allá del bosque? Piensa la Princesa y se levanta para acercarse al balcón.

miércoles, abril 23, 2008

Leyenda personal

Sobreviviente.
Itinerante.
Lector.
Orador.
Escritor errante.
Corazón peregrino.
Brazos protectores.
Alma gemela.
Ojos del oriente.
Labios subsaharianos.
Cuerpo indoamericano.
Pies descalzos sobre la arena.
Sueña que vuela.
Llora a veces sin miedo.
Piel de raza cósmica.
Canta trovas a la noche.
Besos furtivos tras la sombra,
dame mil y un razones.

lunes, abril 21, 2008

Ando

Ando por ahí con una comezón terca en las entrañas,
pensando si también andarás por esas calles
con el ansia de mirarme y decirme: hoy no falles,
que esta pura y visceral sensación es que me extrañas.
Ando siempre con la mirada clavada en tus caderas,
esperando que en mis manos sean materia
de esculpir alegorías de fiestas verdaderas.
Ando casi siempre con el alma desgarbada,
alegre cómplice de los sueños de mi almohada,
y ansían mis manos construirte un abrigo
en noches de frío viento y nostalgia socavada.
Ando por ahí cerca de ti con esperanza,
con una fe infinita en este futuro incierto
que tus ojos me han dejado al descubierto,
para que en mis sueños de esta andanza
logre muros derribar con tu cuerpo de alabanza.
Ando y de tanto andar he dibujado senderos,
un camino para que lo sigas por las tardes,
mapa antiguo que te lleve amores venideros,
y que sean para ti fuera de alardes:
vereda de señales milagrosas
para que en las noches tú me abraces
y me digas qué ciertas son las cosas,
y en tu cuerpo mi corazón haga las paces.

jueves, abril 17, 2008

Qué me queda

Ya no tengo mis ojos que te vieron un día,
he perdido mis manos que tocaron tu herida,
extravié mis latidos que te llenaron de vida,
a cada instante de la noche te perdía]
Balcón de las memorias que se han ido,
qué ventana quedará cerrada al hastío,
al inconstante sentimiento hoy le pido
que me deje ser delirio y no impío]
Me he quedado tan solo con dos alas,
de las blancas palomas, su canto,
de la bruma taciturna, noches malas,
del gato en la cornisa, su llanto]
No me restan palabras de suficiencia,
para escribir este impropio, diatriba
a mis momentos de impaciencia,
exordio por el tiempo en que reciba
tu aliento,
tu voz,
tu risa de luz,
la humedad de tu presencia misma.

martes, abril 15, 2008

De princesas y otros cuentos V

El joven miró a través de la ventana que daba a la calle, nubes negras que presagiaban tormentas le dieron las buenas tardes tenga usted señor, se quedó pensativo frente al cristal empañado por su aliento, hacía tan sólo dos días que había llegado al pueblo, buscaba, sólo Dios sabe qué era lo que el muchacho buscaba, pero lo venía haciendo con afán.
Bajó al mesón del hostal donde se estaba quedando, por un real consiguió techo y comida por un mes, por el momento eso no iba a ser problema.
-Bonita tarde- dijo a la mesonera que sonrió ante el claro sarcasmo mientras pensaba que no había tarde más horrenda que aquella.
El muchacho se acomodó en una mesa, cerca de la barra, se alisó el cabello casi negro, lo llevaba largo, a la usanza de los escuderos, pero él, o no era escudero o se le había perdido su señor. Entornó los ojos para ver hacia la puerta, alguien entraba al mesón, alguien que podía hacer callar los gritos de los parroquianos, alguien de mirada esquiva pero intimidante; el joven no le dio mucha importancia, después de todo ese día se sentía invencible. Ese día podía lograr lo que quisiera, podría incluso atreverse a besar a la princesa si su carruaje real se atravesara en su camino.
-¿Estaís seguro?- le cuestionó una voz grave de acento como de río crecido. El joven se volvió para saber quién había osado leer su pensamiento y se encontró de frente con el hombre de negro que lo miraba desafiante y repitió:
-¿Estaís bien seguro de que podríais besar a la princesa?
-Bue... bueno- titubeó el muchacho- ¡Claro, si me lo propongo, lo haré!- dijo más convencido que nunca.
-¿Y... por qué?- quiso saber el hombre de negro.
-¿Por qué... qué?- evadió la pregunta el joven mientras apuraba un trago de vino amargo como la situación en la que se estaba metiendo, quizá aquel extraño hombre era en realidad un guardia de palacio que encubierto buscaba a aquellos que se atrevieran a hablar mal de la corte y de su princesita.
El hombre de negro posó su mano derecha sobre un hombro del muchacho y acercó su rostro al oído de éste: -¿Por qué eres capaz de besar a la princesita?
El joven no supo qué decir, se quedó helado, con el vaso de vino a medio camino entre la mesa y sus labios. El de negro le dijo en un último susurro: -Si tú logras besar a la princesita, yo te haré rico y poderoso- soltó el hombro del muchacho que no atinó a voltear y salió del mesón igual que había llegado, en silencio, en medio de un extraño e inexplicable silencio.

viernes, abril 11, 2008

Por tardes de inconsciencia

Estos años que aún me restan para darte,
tengo]
estas manos para hacerte mil memorias,
tengo]
estos ojos que te cuentan mil historias,
tengo]
este corazón que no deja de latirte,
tengo]
esta risa que fluye por mis venas,
tengo]
estos brazos para construirte una casa,
tengo]
esta alma que se condena día y noche,
tengo]
este pecho que respira apenas,
tengo]
por decirte tantas palabras sin sentido,
por hacerte dos poemas y un delirio,
por viajar el tiempo que nos separa,
para entregarte mi disculpa en tus manos
santas]

Déjame llorar, por ti
Montaner

jueves, abril 10, 2008

Nubes de algodón

En un murmullo de luna llegas,
bajo el auspicio de la noche tibia
llegas]
Me dejas un beso clavado en el alma,
enciendes un cirio por mi salvación,
que de infiernos están llenos, dices,

los enamorados]
Vuelve pues tus ojos de niña mía,
no me mires con fuegos que acusan,
dime entonces qué cuentos sueño,
para no verte,
para no tocarte]
Que de enamorados están llenos,
dices,
los infiernos]
y el murmullo de la luna,
y tu beso soterrado,
y el cielo lleno de nubes
de algodón de azúcar:
deja que solo me condene,
no me sigas,
no te alejes,
no te quedes,
dame la esperanza que se pierde,
que mi recuerdo se borre, dices,
jamás permitas]


"Bésame en la boca, con tu lágrima de risa"
Montaner

De princesas y otros cuentos IV

Interdicto

El hombre de negro bajó de su caballo, que como una extensión del mismo era oscuro como la noche. Los cuervos del bosque cercano graznaron, quien los hubiera escuchado pensaría en una especie de bienvenida. El montaraz, negra capa, negro sombrero, negra mirada, encendió una pipa con parsimonia, sabía que detrás de las ventanas, en todas las casas de la calle que daba a la taberna, había decenas de ojos asustados, otros curiosos, pero que no lo perdían de vista. Sonrió, pero fue más bien una mueca, un gesto, un casi anuncio, una advertencia, “no te acerques a menos que quieras perder la vida”.

Caminó el hombre de negro por la calle, se limpió las botas del lodazal y entró en la taberna del pueblo, antes, se volvió a la majestuosidad del Palacio que imponente regía todo el valle desde la montaña donde hacía ya muchos siglos, tantos que la memoria colectiva había guardado en eso que se llama leyendas, se erigía como un tótem.
Las nubes se ennegrecieron, “señal de tormenta”, dijo el tabernero al recién llegado, pero al verlo enmudeció, sus ojos se llenaron de miedo y no dijo una palabra más.

miércoles, abril 09, 2008

De princesas y otros cuentos III

He aquí que el viento trajo el murmullo del desasosiego, algo se cernía como una amenaza sobre el principado, algo oscuro, denso, desconocido. Los caballos en el establo real estaban nerviosos, los cazadores de alces tenían días que no encontraban buena caza, los perros de guardia del Palacio se escondían ante la menor provocación, eran días de guardar.
La Princesita despertó al ruido del aleteo de las palomas en su alféizar, su corazón dio un vuelco como todos los días en que amanecía nublado, le provocaba una tristeza infinita ver las nubes llover, era como llanto callado. Estaba además la noticia de su dama de compañía sobre una idea alocada de buscarle un prometido en los reinos y principados vecinos. De qué se trataba, de controlar su vida, ¡jamás!
La Princesita se calzó, se puso un vestido nuevo y esbozó una media sonrisa, “no hay mal que por bien no venga”, pensó, pero también tuvo otros pensamientos. Llamó a su Dama, le indicó dónde sería el desayuno del día y al hacerlo sintió un estremecimiento, cómo si una voz interna le dijera que algo andaba mal.
He aquí que el viento trajo el lamento de la angustia, la que aprisiona el corazón y provoca un vacío en la boca del estómago; los viajeros se arropaban en sus diligencias, los niños abrazaban a sus madres, el hombre que regresaba de una larga jornada besaba a su mujer, algo se avecinaba.
Algo.

lunes, abril 07, 2008

De princesas y otros cuentos II

Sus ojos almendrados reflejaron la luz del sol mientras se disponía a bajar de sus habitaciones para el desayuno real, sus casi trece años de edad se rehusaban a seguir las reglas de los adultos, pero sabía muy bien que tarde o temprano tendría que seguir los pasos de sus padres, gobernar con sabiduría para todo el principado, que ahora le pertenecía. La princesita sonrío a su dama de compañía, una mujer mayor que se sorprendió al ver la sonrisa despreocupada de su señora, pero pensar en ella como una señora le provocaba un hueco en el estómago, “si apenas es una niña”, pensó la dama que acompañaba a la princesita mientras bajaban las escaleras del palacio real.
La princesita ordenó, con una voz que tenía una autoridad hasta entonces desconocida para si misma, que se sentaran todos a la mesa y dispuso del desayuno como si lo hubiera hecho mil veces en su pasado, la corte real se alegró de no ver un atisbo de duda en su princesa, más de un duque o un conde o hasta los pares pensaron que pronto llegaría el momento de buscarle un príncipe casadero.

miércoles, abril 02, 2008

De princesas y otros cuentos

La princesita llegó, con su vestido largo y su cabello negro y lacio, con sus ojos de luz y su sonrisa plena, bajó del carruaje con actitud de reina y posó su mirada sobre su principado. La princesita sonríe con luz de mil soles, y sus ojos te acribillan el alma cuando te miran.

The little princess

miércoles, marzo 12, 2008

“Y el viento trajo el murmullo calladito de su acento”

“Y el viento trajo el murmullo calladito de su acento”
Mi mujer (interpretado por Emmanuel, 1986)

Tus pasos seguros por el camino de nuestras vidas
me recuerdan que sonriendo te he soñado,
que mientras te sueño seguro estoy que te tengo,
y se escuchan tus pisadas y se percibe tu aliento
de mujer rodeada de flores que te bañan.

El viento trajo el aroma de tus manos que alivian,
el amor que danzando alegrías en el tiempo
hace florecer los rosales mientras duermo,
azucenas, jazmínes en tu cabeza de sabia
mujer que recorres la distancia de la soledad.

Y te estrecho entre mis brazos que te saben,
te conocen, que te han aprendido desde siempre,
y te beso en los rincones de tu esencia,
para darte mil suspiros de impaciencia.