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viernes, junio 20, 2008

De princesas y otros cuentos XIII

El viaje de regreso había sido una tortura, pero nada comparado con lo que le esperaba en las mazmorras del palacio, de un héroe se había convertido en un mentiroso, posible raptor y hasta asesino de su graciosa Majestad. Graciosa no era ni por asomo la situación en la que el muchacho se había metido, temblando de frío se acomodo en el calabozo, procurando quedar lo más lejos de la puerta por si alguien entraba y lo encontraba dormido. Observó, a través de los barrotes del agujero que pretendía fungir como ventana, que seguía siendo de noche, una noche que le parecía cada vez más eterna. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, calientes, sarcásticas, como burlándose de su suerte, y se arrepintió de haberle dicho a aquel hombre de negro que él era capaz de besar a la Princesita, pero en qué cabeza de chorlito cabía la posibilidad de que siendo un plebeyo podría acercarse lo suficiente a la Princesa como para besarla, y en el remoto caso de que aquello fuera posible, acaso un beso podría ser suficiente para enamorar a su Majestad, el muchacho creía que sí, al menos el día de ayer aun pensaba de esa manera. Se durmió pensando que tendría pesadillas, y las tuvo.
Arriba, en el Palacio, la dama de compañía despertó a los pajes, a las cortesanas, a los cocineros, a la guardia real y a los jardineros. Gritando les indicó que buscaran por todo el Palacio, que la Princesita al parecer se había perdido, la habían raptado o sabría Rajmandir el Supremo qué podía haberle pasado. Despachó de inmediato al mensajero con claras indicaciones de no parar hasta avisarles a todos los miembros del Consejo de Pares que se les estaba convocando a una reunión urgente, el mensaje era el mismo, la Princesita se ha extraviado.
Amanecía sobre el Reino, los sirvientes buscaban a su Ama, el pueblo bajo la colina despertaba con un bullicio alentador, parecía que después de tantos días bajo la lluvia este sería un día soleado, digno de salir a pasear al perro, llevar a los niños al campo y volar cometas, caminar de la mano con el amor eterno y sonreír porque todo era perfecto. Pero nadie sabía la noticia que en esos momentos mantenía en la locura al Palacio, nadie sospechaba que quizá se habían quedado una vez más sin gobernante. El día que murieron los Reyes en aquel fatídico accidente en el camino real, más de uno pensó en la maldición milenaria de los hechiceros del sur, pero de la misma manera, más de uno creyó ver sombras extrañas en el bosque momentos antes de que se desbocaran los caballos que halaban el Carruaje Real. Todo el pueblo lloró, durante días con sus noches llevaron túnicas azul marino, señal de luto. Entonces el Consejo de los Pares tomó la decisión de llamar a la Princesita heredera, era necesario que dejara el internado en las Montañas Blancas del Oriente, para aceptar su destino, sería la nueva gobernante por derecho de Rajmandir el Divino.
En el Calabozo de Palacio, una sombra se escabulle por el único agujero que servía de ventana al exterior, la sombra sisea, entra al recinto oscuro, húmedo. El muchacho está tendido sobre su espalda, con los brazos cruzados sobre el pecho, duerme, sin saber que su suerte está echada. La sombra no tiene forma, pero habla, con susurros que hielan el alma, con lamentos que vuelven locas a las ratas que huyen por un orificio en la pared. La sombra ordena, y el muchacho no puede hacer otra cosa que obedecer.

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