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jueves, octubre 23, 2008

En medio del desierto

Te pienso,
a cada instante de recuerdos,
en cada mirada furtiva,
en cada mano bajo la luna,
te pienso,
cuando camino rumbo a la nada,
en los días en que llueve poco,
en las noches de tormenta acabada,
en las mañanas de tímido sol,
te pienso,
como se piensa a algo que es tuyo,
como agua en el desierto,
como luz en la oscuridad total,
te pienso,
y deseo robarte una tarde entera,
mientras los ruidos de afuera dan guerra,
construirte un mundo para ti sola,
explorar los territorios tuyos,
te pienso,
y en este pensamiento agitado,
me descubro siempre enamorado,
y te digo sin hablar si quiera,
qué falta me haces en los días aciagos,
qué manos tocaran mi alma,
qué oscura es la noche callada,
en este pensamiento desaforado,
te digo sin palabra alguna,
qué lugares insospechados descubrimos
los dos callados bajo el fuego que redime,
con miradas fijas en la eterna y sublime

conciencia de que esto existe.

martes, octubre 21, 2008

De Princesas y otros Cuentos XXIII

La otra historia/ L’aütrë ïstöry

El Caballero Negro, el último de su estirpe, se acercó lentamente a su maestro, un ser oscuro cuyo rostro se mantenía oculto tras una máscara de hierro forjado.
--Has fallado Vallön – dijo una voz áspera como una tormenta en medio del mar.
--Maestro – comenzó a decir el Caballero Negro.
--Nada Vallön, nada de lo que digas ahora podrá ayudarte –sentenció el maestro y su voz tronó como rayo en medio de la tempestad. –Solamente tenías que traerme a la niña, era una tarea simple, ¿no es así? –dijo el maestro levantando un brazo, una fuerza por demás maligna tomó del cuello a Vallön, el último de los caballeros negros, acercándolo a la máscara del maestro. --¡¿No es así?! –gritó el Ser Oscuro.
--Nada más cierto que sus palabras maestro –aceptó Vallön.
--No te destruyo solo porque eres el último de tu legión, pero veremos que es capaz de hacer ese muchacho que me has traído – dijo el maestro señalando al muchacho que se encontraba ensimismado viendo la escena.
-- ¿Cuál es tu nombre muchacho? –quiso saber el Ser Oscuro.
-- ¿Cuál es el suyo? –retó el chico.
-- Me parece que eres muy valiente o eres muy estúpido –dijo con sorna el maestro de la oscuridad.
-- Solo quiero saber con quién estoy hablando –respondió el muchacho, que un día soñó con besar a la Princesita.
-- ¡Eres un insolente! –gritó el maestro mientras tomaba del cuello al chico, éste se apresuró a decir su nombre : --Me llamo Xulius, ese es mi nombre –dijo entre resuellos el muchacho. El Señor Oscuro lo soltó, Xulius cayó postrado a sus pies. –Eso está mejor, mucho mejor –dijo el maestro y quizá esbozó una sonrisa lacónica bajo su máscara de hierro.
Xulius se levantó encarando al Maestro, viendo de reojo al Caballero Negro, entonces el Maestro se puso en pie, había permanecido sentado desde la llegada de los Zaraxas, seres míticos creados por el Utrandir para realizar tareas de rescate en las batallas. Estos seres fueron los que llevaron al muchacho una vez que las sombras del Roar lo sacaron del Calabozo del Palacio. La altura del Maestro sorprendió a Xulius, tenía la estatura de tres hombres altos puestos el uno sobre el otro. Su musculatura, realzada por una armadura de color de la obsidiana, le hacía ver mucho más imponente.

viernes, octubre 17, 2008

De Princesas y otros Cuentos XXII

“Taöa inem mraä” murmuró la voz en la oscuridad de la caverna. Una tenue luz rojiza comenzó a emerger bajo los trozos de madera. La voz repitió “taöa inem mraä”, entonces surgió una llama roja que encendió la leña. El hombre había construido un fuego usando la magia antigua. Volvió su rostro a su espalda y miró con autoridad al joven que estaba sentado con la cabeza agachada, quizá sollozando. Un caballo plateado, atado en una estalactita de la caverna, resopló como agradeciendo al calor que comenzó a llenar la estancia.
--Es inútil que sigas lamentándote –dijo el hombre al joven.
--Pero… solo quiero saber si la volveré a ver –quiso saber el joven.
--Está en tu destino muchacho, pero no ahora, son tiempos de sacrificios, ya habrá momento para que estés a su lado, lo prometo – dijo el hombre levantándose, la luz de la fogata iluminó su capa escarlata, el rostro adusto, bello en cierto sentido, se relajó al mirar a su discípulo.
--Está bien maestro –concluyó el joven y se levantó para salir un momento de la caverna, el viento frío de la noche le dio de lleno en el rostro, la luz de la luna llena iluminó sus ojos dejando ver una nostalgia llena de presentimientos. Su maestro le había dicho que en algún momento eso pasaría, alguien descubriría su amor por la Princesita y entonces lo usaría en su contra. No hay arma más letal que el amor desmedido. El joven se frotó los brazos con las manos para darse calor y se adentró a la cueva. El hombre de la capa escarlata cocinaba algo en la hoguera, tenía buen aroma a pesar de su aspecto. –Pensé que los magos no comían –dijo el joven. Una sonora carcajada retumbó en las paredes del refugio, el caballo alzó la cabeza alerta. –jajaja, me parece que estás volviendo a ser tú, comediante –comentó el maestro.
Entrada la noche, en una cabaña en los linderos del bosque, un hombre tocaba la puerta pidiendo ayuda. En el Palacio Real, los Consejeros y los Pares sesionaban a puerta cerrada sobre el futuro del Reino, qué hacer si no aparecía la Princesita. En la aldea, valle abajo, dominada por el Castillo, las matronas dormían a los niños, los hombres cenaban pan y vino después de una larga jornada de trabajo, los parroquianos abarrotaban la taberna, un par de perros callejeros peleaban por un hueso en un callejón oscuro; una sombra se deslizaba por los senderos del pueblo buscando algo. En una caverna, un maestro y su discípulo se disponían a cenar, el día había sido agotador para ambos, la vida del joven era otra desde esa tarde y les esperaba una larga travesía, una cita con su destino.
"Porque de mensajes ocultos está hecha la vida"

jueves, octubre 16, 2008

De Princesas y otros Cuentos XXI

La leyenda del guerrero de la luz

Hace miles de años, tantos que la memoria colectiva convirtió la historia en mito y el mito en leyenda, existió una raza de seres poderosos, seres de luz, parecidos a los humanos en todo, excepto que ellos eran casi inmortales. Poseían la fuerza de veinte hombres, la sabiduría de mil ancestros, y la belleza de los iluminados por Rajmandir. Se dice que incluso hablaban directamente con el Único y que Éste les confería la misión de resguardar la paz y la justicia en el mundo terrenal. Los seres de luz eran conocidos por las razas que compartían este mundo como los Caballeros Escarlata. Eran miles, cientos de miles quizá. Si uno ponía atención al atardecer podía verlos cabalgar en sus corceles plateados rumbo al poniente, pero había que verlos con cuidado pues había el riesgo de que aquel que se atreviera a espiarlos mucho tiempo quedara ciego; es por eso que aun hoy las abuelas nos dicen que es peligroso ver al sol de frente cuando cae la tarde.

Sucedió que un día aciago el Señor de las Sombras Eternas también conocido como Utrandir y enemigo del Dios Único Rajmandir atravesó el portal oscuro, abierto por la conjunción de diez planetas del sistema solar, y asoló al mundo terreno con plagas, enfermedades y guerras, sembrando en los corazones de los hombres la maldad y el deseo de venganza. Envió en primer lugar a sus guardianes del anochecer, monstruos sin forma conocidos como Roars, quienes devastaron las aldeas y poblados a su paso, causando muerte y destrucción. Los Caballeros Escarlata, al darse cuenta de lo que pasaba, armaron un ejército y emprendieron batalla contra los Roars, matando a miles de ellos. Entonces Utrandir envió a su armada, los Caballeros Negros, hechiceros del mal, expertos en la guerra mágica, quienes dieron pelea a los Escarlata diezmando sus huestes mientras los pocos Roars se retiraban por el portal del Mijrandir. La batalla duró varias lunas con sus soles, ninguno de los bandos se rendía. Los Caballeros Escarlata sabían que no podían perder esa guerra pues significaría el fin del mundo conocido y el reinado oscuro de Utrandir sumiría en las tinieblas a la humanidad. Sólo esperaban la ayuda del Gran Rajmandir.
He aquí que en la noche de la decimonovena luna llena, apareció en el cielo un augurio luminoso, su increíble luz alumbró la noche convirtiéndola por un momento en día, dejaron de brillar las estrellas e incluso el portal oscuro se difuminó. Allá abajo, en el Valle del Hurüs, los ejércitos peleaban sin que nada se definiera para nadie, cuando de pronto la noche se convirtió en día, todos los guerreros voltearon al cielo, algunos cayeron de rodillas, los más cerraron los ojos, enceguecidos por la luz intensa que los bañaba. Los Caballeros Escarlata supieron que era el momento perfecto para lanzar el ataque final y se enfilaron hacia las huestes de Utrandir con renovados bríos. Muchos Oscuros murieron ese día, tantos que la tierra del Valle de Hurüs es negra y nada crece sobre ella. No hay vida. El portal oscuro se estaba cerrando, el tiempo se le acababa a Utrandir, el dios del Oscuro Inframundo sabía de su inminente derrota. Lo supo en el momento exacto en que la luz se fue haciendo más tenue, mostrando al Guerrero de la Luz, hijo único de Rajmandir, que había sido enviado por su padre para pelear hombro con hombro con los Escarlata y la alianza con los hombres.
Los planetas, en su cíclico movimiento alrededor del sol, estaban por perder su alineación. El portal se difuminaba a cada instante, mientras el Guerrero de la Luz, armado con su espada plateada y sus miles de dagas de filo eterno, exterminaba a los Roars y a los Caballeros Negros que huían a través del portal abierto aun en el cielo de la noche. De pronto todos creyeron escuchar un grito atronador momentos antes de que el portal de cerrara por completo: -- Rajbe ecolat necrox Utrandir – dijo la voz. Uno de los Caballeros Escarlata murmuró –Regresaré la noche que menos esperen, soy Utrandir –y se quedó boquiabierto.

Sucedió que el Guerrero de la Luz salvó a la humanidad y a los Escarlata, acabando con los Roars y ahuyentando a los Caballeros Negros. Impidió este Hijo del Único, que Utrandir se apoderara del mundo. Esto sucedió hace miles de años, tantos que ahora yo les cuento, al calor de la fogata, esta leyenda. Quien sepa escuchar, que escuche.

miércoles, octubre 15, 2008

De Princesas y otros Cuentos XX

Abrió los ojos justo antes de que el anciano le esparciera las sales bajo la nariz para hacerlo reaccionar, se quitó el polvo con la palma de la mano y estornudó. Dónde estoy quiso saber mientras intentaba levantarse sin éxito. Los hijos mayores del anciano le ayudaron a levantarse, el más pequeño le llevó un vaso con agua y vino, Kutber empezaba a volver en sí, recordando lo que había pasado. Un sentimiento de desesperación se apoderó de él, hizo por ponerse en pie pero cayó de rodillas nuevamente frente al anciano. El viejo se dio cuenta que el hombre recién llegado acababa de pasar por una fuerte crisis, lo tomó de los brazos levantándolo con una fuerza que no aparentaba y lo sentó en una silla de madera. Kutber cerró los ojos y se quedó dormido.

El anciano, que se llamaba Jason en honor a los meses del año en los que se celebraban las fiestas de la lluvia y la niebla, dejó a Kutber dormir, les hizo una seña a sus hijos para que le acompañaran a la habitación de arriba. Les contó una historia de guerras antiquísimas en las que unos guerreros de luz escarlata vencieron a los legionarios de las sombras, en el Valle de Hurüs, miles de años atrás. Les confió que el hombre que dormía abajo le recordaba al Guerrero Escarlata, la razón no la sabía pero su abuelo y el abuelo de su abuelo contaban la historia que ya era leyenda describiendo al Guerrero, qué además se tenían unos pergaminos con los glifos de lenguas antiguas y los grabados representando al máximo guerrero que ayudó a vencer a Utrandir. Jason el anciano, padre de seis hijos, sabía que su momento había llegado.

Kutber despertó entrada la noche, había vuelto a soñar con los monstruos que le perseguían bajo las ruinas del templo profanado, escuchó en el sueño sus nombres, los miles de nombres que su creador les había conferido. Supo entonces que de alguna manera su presencia afectaba a los guardianes oscuros, era demasiado el odio que le profesaban, era mucho el deseo de verlo muerto.
Miró por la única ventana de la cabaña hacia la oscuridad del bosque, creyó ver entre los árboles las desfiguradas formas de los Roars queriendo acercarse, incluso alcanzó a escuchar una voz que le decía “te he de encontrar Kutber hijo de Herus, hijo de Zarún, hijo de Harún, hijo de Lexer, hijo de Teor, hijo de Xarjas, hijo de Jason”.

-- ¿Te preguntas quién eres? – le dijo una voz que provenía del piso superior de la cabaña. Kutber dio un salto, volteó y se encontró con el rostro del anciano. –Gracias por su ayuda anciano – dijo Kutber. – Mi nombre es Jason – dijo el viejo, y entonces el Guardia Real supo porque había llegado a ese lugar.

De Princesas y otros Cuentos XIX

Kutber, Kutber… Kutber
Los ecos, con esa condición de ser repetición infinita de sonidos, amenazaban con destruir la poca cordura que mantenía en pie al Guardia Real. "Saben quien soy" piensa aquel hombre que hirió de muerte a uno de los Roars, bestias creadas por Utrandir, dios del inframundo, para vigilar las mil y un puertas del Mijrandir. Kutber aun no asimila cómo es que una simple daga plateada pudo liberarlo de aquel monstruo, de una cosa está seguro, lo perseguirán. Viene a su memoria un cuento infantil que su abuela acostumbraba a relatarle en las noches de insomnio a la luz de una hoguera en la casa familiar, la abuela Maber empezaba la historia con una frase peculiar que hasta ahora tiene sentido para el Guardia Real. "Erase un tiempo negro, dominado por el Roar, guardián de la entrada infernal, tiempo de desesperanza en la que una pequeña luz de plata salvaría a su majestad" recordó Kutber mientras seguía corriendo rumbo al bosque. La abuela Maber no decía un cuento, relataba una premonición. Aquel descubrimiento hizo que se detuviera en seco. Dejo de correr, aun cuando en su interior seguía escuchando el eco de su nombre, las voces guturales seguían taladrando sus sentidos. <¡La Princesita!>, pensó llevándose las manos al corazón. Sabía Kutber que debía encontrar la salida del bosque, regresar al Palacio y advertir al Consejo de los Pares sobre el peligro que se cernía no sólo sobre la Princesita sino sobre todo el Reino. Eran tiempos de profecías que se cumplían. ¿Por qué nadie se había percatado de las señales?
--Nebte Utrandir, necroxu –escuchó gritar Kutber sobre su cabeza. Miró al cielo plomizo y pudo ver una sombra que flotaba sobre las copas de los árboles adentrándose en el bosque. Sólo pudo adivinar una capa negra ondeando al viento, después nada. Todo fue silencio.

--Ramjandir nos proteja –empezó a orar el anciano mientras partía una hogaza de pan para compartirla con sus hijos sentados a la humilde mesa. –Que nos de más de este pan, que nos cubra con su manto de luz celestial, que prepare a sus ejércitos, por que son tiempos aciagos, bendito Ramjandir, te ofrecemos este sacrificio, por el bien de nuestra familia, por el bien de nuestro reino, así sea –finalizó. –Así sea –respondieron al unísono sus hijos. Un golpe seco a la puerta provocó que el más pequeño de ellos dejara caer su porción de pan en el platón de la sopa. Los hijos voltearon a ver al anciano, que entrecerró los ojos, sopesando el sonido exterior. Otro golpe, éste más débil que el primero, puso en alerta a la familia. El anciano se levantó y pidió su espada al hijo mayor que sacaba la suya encaminándose a la puerta. El anciano abrió con sigilo la puerta de la cabaña, de pronto algo pesado cayó ante sus pies, uno de los niños lanzó un pequeño grito tapándose la boca. El bulto murmuró: --Ramjandir sea con ustedes – y perdió el sentido.

martes, octubre 14, 2008

De Princesas y otros Cuentos XVIII

Lo que cruzó la ennegrecida puerta de la estancia, en la que Kutber se encontraba tirado sobre el piso, era indescriptible, tenía una forma y mil y una más. Su esencia era malévola, todo su ser, si es que se le podía llamar así, emanaba una malignidad que escocía la piel estrujando el alma como millones de garras afiladas. Aquello dio unos pasos situándose frente al cuerpo inmóvil de Kutber que seguía con los ojos cerrados. –Abre los ojos –ordenó la bestia (acaso era tal cosa).
El Guardia Real no podía dejar de pensar en Fenrir, su amigo de la infancia, su compañero de armas desde hacía muchos años, pensaba en la esfera de cristal en la que lo vio encerrado, pero también pensaba en su Capitán, Laszlo, el mejor guerrero del Palacio. ¿Acaso aquella fuerza maligna lo había asesinado para tomar su lugar? – ¡Abre los ojos! –gritó aquel ser deforme, su voz aguda y penetrante perforó las fibras mentales de Kutber que instintivamente abrió los ojos. Al ver aquella cosa cerca de su rostro no pudo reprimir un grito que se fue convirtiendo en sollozo. –Mírame –volvió a ordenar la sombra de mil formas. Kutber permaneció frente a aquello sacando fuerzas del miedo que sentía y lo miró a lo que creía eran los ojos. Fue como adentrarse por un pozo negro, sin fondo, un túnel de gritos desesperados y almas condenadas al martirio eterno. Vio a Laszlo siendo emboscado por la sombra en uno de los pasillos del Palacio, pudo ver cómo el mal entraba por todo su cuerpo, de igual manera que lo hizo con el muchacho taciturno de su sueño. Entonces comprendió que ya no volvería a ver a su Capitán. Pero se rehusaba a perder a su amigo. “No claudiques Fenrir, iré en tu búsqueda” pensó Kutber mientras miraba a la bestia. Una carcajada proveniente de lo más recóndito de la morada de Utrandir hizo temblar la estructura del templo profanado en la que se encontraba cautivo el Guardia Real.
--¿Qué te hace pensar que podrás hacer algo? –preguntó la bestia, tomando del cuello a Kutber y acercándolo a su nauseabunda boca (¿?). Débil Kutber alcanzó a percatarse de que algo andaba bien, en su cinturón aun estaba la daga plateada que todos los Guardias esconden de sus enemigos por si no queda otra opción que cortar gargantas. En un instante que pudo representar a todos los instantes antes de que la bestia pudiera leer la mente de Kutber, éste sacó la daga como quien busca una respuesta banal en su psique y se la encaja en la que parece ser la boca de aquella cosa que lo alzaba en vilo. La bestia retrocede pasmada, mil pensamientos cruzan por su memoria, el Guardia Real cae sobre sus piernas y antes de que pase otro instante fugaz vuelve a cortar, esta vez en lo que parece ser el cuello del ser inhumano que lo había engañado haciéndole creer que era su Capitán.
Kutber solo atina a quitarse de las manos la sustancia negra, pegajosa y nauseabunda que le mancha las ropas. Corre rumbo a la salida del templo mientras su subconsciente se entera que hay muchos más seres como el que dejó herido en aquella estancia, muchos, cientos de ellos se arrastran debajo de las ruinas, y conocen su nombre.

De Princesas y otros Cuentos XVII

Lo despertó el sol alto. Se había dormido, no por fatiga del cuerpo, si no por esa incesante necesidad de negar lo pasado. De deshacerse de la memoria plagada de pesadillas y gritos atronadores e imágenes dantescas. Supo que su propósito parecía imposible cuando comenzó a soñar, sus sueños eran al principio un cúmulo de caos, poco después tenían la sencillez de la lógica. Kutber se soñaba en el centro de una especie de altar, un círculo de megalitos que en cierto modo le recordaba a un templo de su infancia. Se vio rodeado de cientos de creyentes, de rostros fatigados, somnolientos repetían una frase a manera de mantra sagrado. Los cuerpos de los últimos creyentes parecían estar sentados a miles de leguas de distancia y a siglos de separación en el tiempo. Había un hombre que hablaba pausadamente, se dirigía a la masa de seres que lo miraban con ansiedad y que procuraban responder como si de verdad poseyeran los conocimientos secretos, aquellos por los que muchos habían muerto. Kutber los veía orar, pero en su interior sabía que ellos no podían verlo, tocarlo o mucho menos imprecarlo. Entonces despertó. Con el sol tostando su rostro, la luz le dio de lleno provocándole un dolor intenso en los ojos, pero fugaz. Tanteó el recinto en el que se encontraba tirando boca arriba, alcanzó a ver un cielo azul a través de lo que antes era la cúpula de un templo antiguo. Quiso levantarse pero le pesaba el cuerpo, era como si sobre él estuvieran diez hombres invisibles evitando que se pusiera en pie. Respiro profundamente, cerró los ojos y pensó en su Capitán, en su amigo Fenrir, en el bosque, volvió a quedarse dormido.
Soñó con un muchacho taciturno, de piel oscura y rasgos afilados. No le sorprendió ver que ese muchacho tenía una media sonrisa pintada en el rostro. De igual manera no se movió de su lugar cuando una sombra tangible se escabulló por los resquicios de una puerta de madera y envolvió el cuerpo del muchacho, metiéndose por los poros de la piel, por los orificios de la nariz, la boca, los ojos, los oídos; emitiendo un silbido parecido al de las cobras del desierto cuando están a punto de atacar a sus presas. Un breve momento de silencio se dejó sentir por toda la estancia. Luego el muchacho abrió los ojos desmesuradamente, profirió un grito desgarrador y se elevó por el aire hasta el límite del techo del templo. Kutber presenció todo como un mero espectador, se sentía mareado, una nausea le recorrió el estómago provocándole una arqueada que casi lo ahoga. Todo se quedó a oscuras.
Pasó un tiempo eterno entre sueño y sueño. Un tiempo que parecían milenios, universos enteros murieron y otros se crearon. Kutber alcanzó a ver en su viaje astral a Fenrir atrapado en una esfera de cristal, luchando por salir, era una estrella más en una galaxia que se hacía vieja mientras él soñaba. Durante un instante que le pareció como dos siglos, Kutber pudo ver a la Princesita dormida entre los edredones de una cama, un poder maligno se cernía sobre su cuerpo, pero él estaba imposibilitado, no había forma de ayudarla.
Cerró los ojos con fuerza mientras se repetía que nada era cierto, los abrió solo para darse cuenta que seguía sobre su espalda, tirando en medio de lo que parecía un salón enorme, un templo en ruinas, que dejaba entrar el sol por una cúpula inexistente. Supo que algo se acercaba incluso antes de que la puerta comenzara a abrirse. Supo que era enorme, peligroso y desconocido.

De Princesas y otros Cuentos XVI

Laszlo corrió la correa que amarra la silla de montar en su caballo mientras le grita a su escudero que se apure con la espada y el yelmo. En tanto otros dos Guardias Reales se preparan para ir tras de su capitán, no saben bien aun cual es la misión pero por la premura piensan que debe ser muy importante. Laszlo, el capitán de la Guardia Real salta sobre su montura e insta a los otros dos a seguirlo, con una mirada desafiante que parece decirles “en un momento les explico”.
A todo galope, en los caminos aun mojados por la tormenta de la noche, Laszlo les explica gritando a sus dos guardias que la Princesita se ha perdido, que es su misión encontrarla a como de lugar. Fenrir, piensa que es una desgracia, mira de reojo a su compañero, pero Kutber sólo atina a entrecerrar los ojos y apurar el galope.
He aquí que, Laszlo, Fenrir y Kutber, tres guardias reales dispuestos a morir por su princesita, se internan en el bosque real, sin saber lo que les esperaba en la espesura de aquellos territorios ancestrales pero casi desconocidos para la mayoría de ellos. Tan solo los caminos trazados hace muchos siglos son los linderos permitidos para viajar. Pocos se han atrevido a explorar las profundidades del bosque, más allá de los senderos, y nadie ha sabido de alguien que regrese de semejante travesía. Pero eran estos tres hombres valientes los que sin detenerse a argüir algún tipo de excusa se habían calzado sus armaduras y habían emprendido el viaje.
Mientras tanto la Princesita sigue dormida en sus aposentos del Palacio Real, pero nadie se ha ocupado de averiguar si realmente está dormida. Porque nadie se imagina lo que está por venir.
Kutber le hace una seña a Fenrir cuando el capitán les ordena disminuir la velocidad, Laszlo está analizando la posibilidad de internarse en el bosque, pero la oscuridad aun no cede su paso a la luz del día, todo parece tan denso, tan espeso más allá del camino dibujado sobre la tierra rojiza convertida en barro por la lluvia precedente. Fenrir se atreve a interrumpir las cavilaciones de su Capitán diciéndole que no le parece buena idea la de meterse en esa boca monstruosa que es el sendero oscuro por donde Laszlo ha tomado ya la decisión de cabalgar. Kutber comienza vacilante a seguir a su Capitán, pero su caballo presiente el miedo circundante, la sensación de que miles de ojos inyectados en odio y sangre los observan detrás de cada árbol, Kutber mira hacia arriba intentando descubrir el cielo pero lo único que alcanzan a distinguir sus ojos son las ramas de los árboles entrelazadas a decenas de metros de su cabeza formando una especie de cúpula que a esa hora del día se ve negra como la noche misma. Fenrir va detrás, empujando a su corcel que no quiere saber nada de expediciones hacia lo desconocido. Los tres hombres valientes apresuran el paso al encontrarse con un sendero antiguo, sembrado de hierba, un camino que tiene cientos de años de no ser recorrido.
Kutber siente un escalofrío en la espalda, semejante a millones de alfileres clavándose en su espina dorsal, vuelve la mirada sobre su hombro izquierdo y parece adivinar una figura inhumana que los vigila mientras se oculta tras los troncos de los árboles. Empieza a silbar una melodía antigua, una leyenda que cuenta sobre los Guerreros de la Luz y como éstos vencieron al Señor de las Tinieblas en la batalla de Hurüs, una leyenda que pretende les infunda valor para seguir adelante. Fenrir le pregunta al Capitán sobre las razones que podrían existir para raptar a la Princesita y entonces cae en la cuenta de que nadie les ha dicho donde empezar a buscar. Fenrir piensa, que Laszlo, su Capitán debe saber algo que ellos no conocen, al fin y al cabo eso es lo que lo hace su superior. Sin embargo no quiere quedarse callado, así que tal vez para romper el silencio que dejó la melodía de Kutber, o quizá para estar preparado cuando su Capitán les de indicaciones, Fenrir le inquiere al hombre que lidera la expedición: --Capitán, ¿qué es lo que le hace pensar que encontraremos algo por aquí? – a lo que una voz gutural que no se parece a la de Laszlo le responde: --porque son mis dominios –al tiempo que el ser que profirió aquella respuesta se vuelve y muestra su verdadera identidad, con un grito que taladra los oídos de los dos guardias reales.
Sobre las copas de los árboles del bosque una parvada de aves negras emprende el vuelo, asustadas por un grito inhumano.

jueves, octubre 09, 2008

De princesas y otros cuentos XV

La sombra le ha ordenado que se levante.
Le ha dicho que los cobardes no tienen cabida en sus planes para el reino, que busque merecer el amor de la princesita. El muchacho no atina a comprender de dónde proviene la voz, pero está muy dentro de su mente, le habla, le susurra, toca las íntimas fibras de su ser desconsolado, golpeado, humillado a causa de la princesita y su amante, su amante, se repite el muchacho y pareciera que aquella palabra le infunde rabia y coraje para ponerse en pie. La sombra lo envuelve y el muchacho va sintiendo cómo su cuerpo se desvanece, sus piernas, sus brazos, son como alas frágiles, cada poro de su piel le hace pensar en un manantial en ebullición. De pronto, ya no está. El cuerpo del muchacho ha dejado de ser, ha dejado de estar en la mazmorra, desvanecido, siente cómo viaja por encima del castillo, ve bajo sus pies el foso que rodea la construcción milenaria donde con seguridad la princesita vivirá por el resto de sus días con su amante "deja de pensar en ello" se ordena el muchacho y entonces mira hacia abajo y ve el bosque negro de los confines del Reino. Un resplandor ciega momentáneamente su campo de visión, dos seres alados, de color gris profundo se acercan a él, le toman de los brazos mientras le susurran al oído a través de bocas inexistentes que ha sido elegido como sucesor de su amo y señor. Un escalofrío recorre las piernas del muchacho, "yo sólo la quería para mi" piensa. "Por eso es que la tendrás" le dice una voz que reconoce como la del Hombre de Negro. Entonces se desmaya.
En el Castillo, la Dama de Compañía de la Princesita se deshace en gritos a los sirvientes, ha pasado casi toda la madrugada enviando mensajeros a los consejos del pueblo y a los pares del Reino, convocando reuniones urgentes. –Maldita sea—grita la anciana. –No es posible que nadie sepa dónde se encuentra la princesita –se queja bajando las escalera rumbo a la sala de Concilio donde ya le esperan algunos Pares, con rostros angustiados. Es una mala señal, dicen algunos, ahora que la Princesa está por cumplir años. Mal presagio, piensan otros, ahora que esperaban que buscara marido y consolidara las relaciones con los reinos vecinos.
<<¡Cómo si les importara tanto su bienestar!>> piensa la Dama de Compañía en tanto les sonríe a los ancianos que ponen cara de circunstancia, ella sabe por dentro deben estar regodeándose en la posibilidad de que la Princesita realmente esté perdida… mejor aún, que no regrese. –Señores, quiero adelantarles la situación –empieza a decir la Dama sentándose en un sillón alto a la derecha del trono del reino. –Nuestra bien amada Princesa se ha extraviado, no sabemos bien si ha sido raptada o si simplemente salió al bosque y se perdió, pero tenemos a un sospechoso encerrado en las mazmorras del sótano del Castillo –dijo y se sirvió vino en un vaso de madera que tenía grabado a fuego el escudo del Reino. –Es necesario que esperemos a los demás Pares –continuó la anciana –deberemos tomar decisiones, la primera de ellas la he tomado en su ausencia puesto que me pareció lógica, he enviado algunas tropas en búsqueda de nuestra majestad.— dijo la Dama y le dio un último sorbo al vino.
Mientras tanto, en los aposentos de la Princesita, el sol se colaba por los ventanales adornados con vitrales milenarios que contaban las leyendas de cómo nació el reino, de sus héroes y sus villanos. Los rayos del sol besaban con calidez el rostro de la Princesita, que entre sueños sabía que estaba amaneciendo pero no quería despertar, seguía soñando con su amado, sintiendo su cuerpo tibio mientras la abrazaba, tocando su piel de bronce con sus dedos de Princesa, límpidos, blancos como la nieve. En su fuero interno sabía que era suyo, sabía que ella le pertenecía a él. Entonces lo supo, ya jamás podría separarse de él, ni siquiera la muerte los alejaría pues si acaso su caballero de bronce, su amante iluminado, llegara a morir, ella lo seguiría sin pensarlo. "Ya lo decidí" pensó la Princesita, "quiero ser suya por siempre". Volvió a cerrar fuertemente los ojos, una sonrisa pintaba de luz su rostro, se abrazó a sí misma y se quedó dormida una vez más.
A mitad del bosque real, justo a dos leguas de camino de los confines del Reino, se encuentra una cabaña vieja, su madera procede de los árboles primigenios de aquel bosque, los cimientos mismos son vestigios de castillos ancestrales, que tuvieron su época de esplendor muchos siglos antes de que el Castillo de la Princesita fuera construido por la familia real. Las vigas que sostienen su techo están labradas en cedros milenarios, cortados por los mismos seres que construyeron sus moradas más allá del límite del reino. Aquellos seres también se les conocía como Caballeros Escarlata, cuya misión era la de proteger la continuidad de la verdad, la justicia y la paz en los mundos terrenos. He aquí que nuestro Caballero Escarlata representaba al último de su linaje, y el hombre al que amaba la Princesita, era su heredero.

miércoles, octubre 08, 2008

Patria mutilada

Estas nubes grises de dolor pasmado,
estos ojos tristes de llanto anegado,
esos brazos mutilados,
esas piernas que se han ido,
esta muerte con olor a pólvora,
todas las muertes que devora,
que enloquece de lamentos,
que te roba los momentos
cuando de risas estabas lleno,
esta cabeza que no alcanza,
que no pide una alabanza,
que se conforma con un sentido pleno,
de vivir con la certeza,
con la seguridad del abrazo en tu seno,
patria mutilada de insensatos hijos,
cómo duermes bajo los cobijos
de la corrupción y la pereza,
del desconsuelo y la ausencia de asombro,
patria mía que va perdiendo entereza,
pueblo mío que ya no anda brazo con hombro.

¿De qué me sirves si no te puedo abrazar y sentirme amado?