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jueves, octubre 09, 2008

De princesas y otros cuentos XV

La sombra le ha ordenado que se levante.
Le ha dicho que los cobardes no tienen cabida en sus planes para el reino, que busque merecer el amor de la princesita. El muchacho no atina a comprender de dónde proviene la voz, pero está muy dentro de su mente, le habla, le susurra, toca las íntimas fibras de su ser desconsolado, golpeado, humillado a causa de la princesita y su amante, su amante, se repite el muchacho y pareciera que aquella palabra le infunde rabia y coraje para ponerse en pie. La sombra lo envuelve y el muchacho va sintiendo cómo su cuerpo se desvanece, sus piernas, sus brazos, son como alas frágiles, cada poro de su piel le hace pensar en un manantial en ebullición. De pronto, ya no está. El cuerpo del muchacho ha dejado de ser, ha dejado de estar en la mazmorra, desvanecido, siente cómo viaja por encima del castillo, ve bajo sus pies el foso que rodea la construcción milenaria donde con seguridad la princesita vivirá por el resto de sus días con su amante "deja de pensar en ello" se ordena el muchacho y entonces mira hacia abajo y ve el bosque negro de los confines del Reino. Un resplandor ciega momentáneamente su campo de visión, dos seres alados, de color gris profundo se acercan a él, le toman de los brazos mientras le susurran al oído a través de bocas inexistentes que ha sido elegido como sucesor de su amo y señor. Un escalofrío recorre las piernas del muchacho, "yo sólo la quería para mi" piensa. "Por eso es que la tendrás" le dice una voz que reconoce como la del Hombre de Negro. Entonces se desmaya.
En el Castillo, la Dama de Compañía de la Princesita se deshace en gritos a los sirvientes, ha pasado casi toda la madrugada enviando mensajeros a los consejos del pueblo y a los pares del Reino, convocando reuniones urgentes. –Maldita sea—grita la anciana. –No es posible que nadie sepa dónde se encuentra la princesita –se queja bajando las escalera rumbo a la sala de Concilio donde ya le esperan algunos Pares, con rostros angustiados. Es una mala señal, dicen algunos, ahora que la Princesa está por cumplir años. Mal presagio, piensan otros, ahora que esperaban que buscara marido y consolidara las relaciones con los reinos vecinos.
<<¡Cómo si les importara tanto su bienestar!>> piensa la Dama de Compañía en tanto les sonríe a los ancianos que ponen cara de circunstancia, ella sabe por dentro deben estar regodeándose en la posibilidad de que la Princesita realmente esté perdida… mejor aún, que no regrese. –Señores, quiero adelantarles la situación –empieza a decir la Dama sentándose en un sillón alto a la derecha del trono del reino. –Nuestra bien amada Princesa se ha extraviado, no sabemos bien si ha sido raptada o si simplemente salió al bosque y se perdió, pero tenemos a un sospechoso encerrado en las mazmorras del sótano del Castillo –dijo y se sirvió vino en un vaso de madera que tenía grabado a fuego el escudo del Reino. –Es necesario que esperemos a los demás Pares –continuó la anciana –deberemos tomar decisiones, la primera de ellas la he tomado en su ausencia puesto que me pareció lógica, he enviado algunas tropas en búsqueda de nuestra majestad.— dijo la Dama y le dio un último sorbo al vino.
Mientras tanto, en los aposentos de la Princesita, el sol se colaba por los ventanales adornados con vitrales milenarios que contaban las leyendas de cómo nació el reino, de sus héroes y sus villanos. Los rayos del sol besaban con calidez el rostro de la Princesita, que entre sueños sabía que estaba amaneciendo pero no quería despertar, seguía soñando con su amado, sintiendo su cuerpo tibio mientras la abrazaba, tocando su piel de bronce con sus dedos de Princesa, límpidos, blancos como la nieve. En su fuero interno sabía que era suyo, sabía que ella le pertenecía a él. Entonces lo supo, ya jamás podría separarse de él, ni siquiera la muerte los alejaría pues si acaso su caballero de bronce, su amante iluminado, llegara a morir, ella lo seguiría sin pensarlo. "Ya lo decidí" pensó la Princesita, "quiero ser suya por siempre". Volvió a cerrar fuertemente los ojos, una sonrisa pintaba de luz su rostro, se abrazó a sí misma y se quedó dormida una vez más.
A mitad del bosque real, justo a dos leguas de camino de los confines del Reino, se encuentra una cabaña vieja, su madera procede de los árboles primigenios de aquel bosque, los cimientos mismos son vestigios de castillos ancestrales, que tuvieron su época de esplendor muchos siglos antes de que el Castillo de la Princesita fuera construido por la familia real. Las vigas que sostienen su techo están labradas en cedros milenarios, cortados por los mismos seres que construyeron sus moradas más allá del límite del reino. Aquellos seres también se les conocía como Caballeros Escarlata, cuya misión era la de proteger la continuidad de la verdad, la justicia y la paz en los mundos terrenos. He aquí que nuestro Caballero Escarlata representaba al último de su linaje, y el hombre al que amaba la Princesita, era su heredero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ya lo decidí, quiero ser tuya para siempre... tous!