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martes, octubre 14, 2008

De Princesas y otros Cuentos XVII

Lo despertó el sol alto. Se había dormido, no por fatiga del cuerpo, si no por esa incesante necesidad de negar lo pasado. De deshacerse de la memoria plagada de pesadillas y gritos atronadores e imágenes dantescas. Supo que su propósito parecía imposible cuando comenzó a soñar, sus sueños eran al principio un cúmulo de caos, poco después tenían la sencillez de la lógica. Kutber se soñaba en el centro de una especie de altar, un círculo de megalitos que en cierto modo le recordaba a un templo de su infancia. Se vio rodeado de cientos de creyentes, de rostros fatigados, somnolientos repetían una frase a manera de mantra sagrado. Los cuerpos de los últimos creyentes parecían estar sentados a miles de leguas de distancia y a siglos de separación en el tiempo. Había un hombre que hablaba pausadamente, se dirigía a la masa de seres que lo miraban con ansiedad y que procuraban responder como si de verdad poseyeran los conocimientos secretos, aquellos por los que muchos habían muerto. Kutber los veía orar, pero en su interior sabía que ellos no podían verlo, tocarlo o mucho menos imprecarlo. Entonces despertó. Con el sol tostando su rostro, la luz le dio de lleno provocándole un dolor intenso en los ojos, pero fugaz. Tanteó el recinto en el que se encontraba tirando boca arriba, alcanzó a ver un cielo azul a través de lo que antes era la cúpula de un templo antiguo. Quiso levantarse pero le pesaba el cuerpo, era como si sobre él estuvieran diez hombres invisibles evitando que se pusiera en pie. Respiro profundamente, cerró los ojos y pensó en su Capitán, en su amigo Fenrir, en el bosque, volvió a quedarse dormido.
Soñó con un muchacho taciturno, de piel oscura y rasgos afilados. No le sorprendió ver que ese muchacho tenía una media sonrisa pintada en el rostro. De igual manera no se movió de su lugar cuando una sombra tangible se escabulló por los resquicios de una puerta de madera y envolvió el cuerpo del muchacho, metiéndose por los poros de la piel, por los orificios de la nariz, la boca, los ojos, los oídos; emitiendo un silbido parecido al de las cobras del desierto cuando están a punto de atacar a sus presas. Un breve momento de silencio se dejó sentir por toda la estancia. Luego el muchacho abrió los ojos desmesuradamente, profirió un grito desgarrador y se elevó por el aire hasta el límite del techo del templo. Kutber presenció todo como un mero espectador, se sentía mareado, una nausea le recorrió el estómago provocándole una arqueada que casi lo ahoga. Todo se quedó a oscuras.
Pasó un tiempo eterno entre sueño y sueño. Un tiempo que parecían milenios, universos enteros murieron y otros se crearon. Kutber alcanzó a ver en su viaje astral a Fenrir atrapado en una esfera de cristal, luchando por salir, era una estrella más en una galaxia que se hacía vieja mientras él soñaba. Durante un instante que le pareció como dos siglos, Kutber pudo ver a la Princesita dormida entre los edredones de una cama, un poder maligno se cernía sobre su cuerpo, pero él estaba imposibilitado, no había forma de ayudarla.
Cerró los ojos con fuerza mientras se repetía que nada era cierto, los abrió solo para darse cuenta que seguía sobre su espalda, tirando en medio de lo que parecía un salón enorme, un templo en ruinas, que dejaba entrar el sol por una cúpula inexistente. Supo que algo se acercaba incluso antes de que la puerta comenzara a abrirse. Supo que era enorme, peligroso y desconocido.

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