Buscar este blog

martes, octubre 14, 2008

De Princesas y otros Cuentos XVIII

Lo que cruzó la ennegrecida puerta de la estancia, en la que Kutber se encontraba tirado sobre el piso, era indescriptible, tenía una forma y mil y una más. Su esencia era malévola, todo su ser, si es que se le podía llamar así, emanaba una malignidad que escocía la piel estrujando el alma como millones de garras afiladas. Aquello dio unos pasos situándose frente al cuerpo inmóvil de Kutber que seguía con los ojos cerrados. –Abre los ojos –ordenó la bestia (acaso era tal cosa).
El Guardia Real no podía dejar de pensar en Fenrir, su amigo de la infancia, su compañero de armas desde hacía muchos años, pensaba en la esfera de cristal en la que lo vio encerrado, pero también pensaba en su Capitán, Laszlo, el mejor guerrero del Palacio. ¿Acaso aquella fuerza maligna lo había asesinado para tomar su lugar? – ¡Abre los ojos! –gritó aquel ser deforme, su voz aguda y penetrante perforó las fibras mentales de Kutber que instintivamente abrió los ojos. Al ver aquella cosa cerca de su rostro no pudo reprimir un grito que se fue convirtiendo en sollozo. –Mírame –volvió a ordenar la sombra de mil formas. Kutber permaneció frente a aquello sacando fuerzas del miedo que sentía y lo miró a lo que creía eran los ojos. Fue como adentrarse por un pozo negro, sin fondo, un túnel de gritos desesperados y almas condenadas al martirio eterno. Vio a Laszlo siendo emboscado por la sombra en uno de los pasillos del Palacio, pudo ver cómo el mal entraba por todo su cuerpo, de igual manera que lo hizo con el muchacho taciturno de su sueño. Entonces comprendió que ya no volvería a ver a su Capitán. Pero se rehusaba a perder a su amigo. “No claudiques Fenrir, iré en tu búsqueda” pensó Kutber mientras miraba a la bestia. Una carcajada proveniente de lo más recóndito de la morada de Utrandir hizo temblar la estructura del templo profanado en la que se encontraba cautivo el Guardia Real.
--¿Qué te hace pensar que podrás hacer algo? –preguntó la bestia, tomando del cuello a Kutber y acercándolo a su nauseabunda boca (¿?). Débil Kutber alcanzó a percatarse de que algo andaba bien, en su cinturón aun estaba la daga plateada que todos los Guardias esconden de sus enemigos por si no queda otra opción que cortar gargantas. En un instante que pudo representar a todos los instantes antes de que la bestia pudiera leer la mente de Kutber, éste sacó la daga como quien busca una respuesta banal en su psique y se la encaja en la que parece ser la boca de aquella cosa que lo alzaba en vilo. La bestia retrocede pasmada, mil pensamientos cruzan por su memoria, el Guardia Real cae sobre sus piernas y antes de que pase otro instante fugaz vuelve a cortar, esta vez en lo que parece ser el cuello del ser inhumano que lo había engañado haciéndole creer que era su Capitán.
Kutber solo atina a quitarse de las manos la sustancia negra, pegajosa y nauseabunda que le mancha las ropas. Corre rumbo a la salida del templo mientras su subconsciente se entera que hay muchos más seres como el que dejó herido en aquella estancia, muchos, cientos de ellos se arrastran debajo de las ruinas, y conocen su nombre.

No hay comentarios.: