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martes, octubre 14, 2008

De Princesas y otros Cuentos XVI

Laszlo corrió la correa que amarra la silla de montar en su caballo mientras le grita a su escudero que se apure con la espada y el yelmo. En tanto otros dos Guardias Reales se preparan para ir tras de su capitán, no saben bien aun cual es la misión pero por la premura piensan que debe ser muy importante. Laszlo, el capitán de la Guardia Real salta sobre su montura e insta a los otros dos a seguirlo, con una mirada desafiante que parece decirles “en un momento les explico”.
A todo galope, en los caminos aun mojados por la tormenta de la noche, Laszlo les explica gritando a sus dos guardias que la Princesita se ha perdido, que es su misión encontrarla a como de lugar. Fenrir, piensa que es una desgracia, mira de reojo a su compañero, pero Kutber sólo atina a entrecerrar los ojos y apurar el galope.
He aquí que, Laszlo, Fenrir y Kutber, tres guardias reales dispuestos a morir por su princesita, se internan en el bosque real, sin saber lo que les esperaba en la espesura de aquellos territorios ancestrales pero casi desconocidos para la mayoría de ellos. Tan solo los caminos trazados hace muchos siglos son los linderos permitidos para viajar. Pocos se han atrevido a explorar las profundidades del bosque, más allá de los senderos, y nadie ha sabido de alguien que regrese de semejante travesía. Pero eran estos tres hombres valientes los que sin detenerse a argüir algún tipo de excusa se habían calzado sus armaduras y habían emprendido el viaje.
Mientras tanto la Princesita sigue dormida en sus aposentos del Palacio Real, pero nadie se ha ocupado de averiguar si realmente está dormida. Porque nadie se imagina lo que está por venir.
Kutber le hace una seña a Fenrir cuando el capitán les ordena disminuir la velocidad, Laszlo está analizando la posibilidad de internarse en el bosque, pero la oscuridad aun no cede su paso a la luz del día, todo parece tan denso, tan espeso más allá del camino dibujado sobre la tierra rojiza convertida en barro por la lluvia precedente. Fenrir se atreve a interrumpir las cavilaciones de su Capitán diciéndole que no le parece buena idea la de meterse en esa boca monstruosa que es el sendero oscuro por donde Laszlo ha tomado ya la decisión de cabalgar. Kutber comienza vacilante a seguir a su Capitán, pero su caballo presiente el miedo circundante, la sensación de que miles de ojos inyectados en odio y sangre los observan detrás de cada árbol, Kutber mira hacia arriba intentando descubrir el cielo pero lo único que alcanzan a distinguir sus ojos son las ramas de los árboles entrelazadas a decenas de metros de su cabeza formando una especie de cúpula que a esa hora del día se ve negra como la noche misma. Fenrir va detrás, empujando a su corcel que no quiere saber nada de expediciones hacia lo desconocido. Los tres hombres valientes apresuran el paso al encontrarse con un sendero antiguo, sembrado de hierba, un camino que tiene cientos de años de no ser recorrido.
Kutber siente un escalofrío en la espalda, semejante a millones de alfileres clavándose en su espina dorsal, vuelve la mirada sobre su hombro izquierdo y parece adivinar una figura inhumana que los vigila mientras se oculta tras los troncos de los árboles. Empieza a silbar una melodía antigua, una leyenda que cuenta sobre los Guerreros de la Luz y como éstos vencieron al Señor de las Tinieblas en la batalla de Hurüs, una leyenda que pretende les infunda valor para seguir adelante. Fenrir le pregunta al Capitán sobre las razones que podrían existir para raptar a la Princesita y entonces cae en la cuenta de que nadie les ha dicho donde empezar a buscar. Fenrir piensa, que Laszlo, su Capitán debe saber algo que ellos no conocen, al fin y al cabo eso es lo que lo hace su superior. Sin embargo no quiere quedarse callado, así que tal vez para romper el silencio que dejó la melodía de Kutber, o quizá para estar preparado cuando su Capitán les de indicaciones, Fenrir le inquiere al hombre que lidera la expedición: --Capitán, ¿qué es lo que le hace pensar que encontraremos algo por aquí? – a lo que una voz gutural que no se parece a la de Laszlo le responde: --porque son mis dominios –al tiempo que el ser que profirió aquella respuesta se vuelve y muestra su verdadera identidad, con un grito que taladra los oídos de los dos guardias reales.
Sobre las copas de los árboles del bosque una parvada de aves negras emprende el vuelo, asustadas por un grito inhumano.

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