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viernes, octubre 17, 2008

De Princesas y otros Cuentos XXII

“Taöa inem mraä” murmuró la voz en la oscuridad de la caverna. Una tenue luz rojiza comenzó a emerger bajo los trozos de madera. La voz repitió “taöa inem mraä”, entonces surgió una llama roja que encendió la leña. El hombre había construido un fuego usando la magia antigua. Volvió su rostro a su espalda y miró con autoridad al joven que estaba sentado con la cabeza agachada, quizá sollozando. Un caballo plateado, atado en una estalactita de la caverna, resopló como agradeciendo al calor que comenzó a llenar la estancia.
--Es inútil que sigas lamentándote –dijo el hombre al joven.
--Pero… solo quiero saber si la volveré a ver –quiso saber el joven.
--Está en tu destino muchacho, pero no ahora, son tiempos de sacrificios, ya habrá momento para que estés a su lado, lo prometo – dijo el hombre levantándose, la luz de la fogata iluminó su capa escarlata, el rostro adusto, bello en cierto sentido, se relajó al mirar a su discípulo.
--Está bien maestro –concluyó el joven y se levantó para salir un momento de la caverna, el viento frío de la noche le dio de lleno en el rostro, la luz de la luna llena iluminó sus ojos dejando ver una nostalgia llena de presentimientos. Su maestro le había dicho que en algún momento eso pasaría, alguien descubriría su amor por la Princesita y entonces lo usaría en su contra. No hay arma más letal que el amor desmedido. El joven se frotó los brazos con las manos para darse calor y se adentró a la cueva. El hombre de la capa escarlata cocinaba algo en la hoguera, tenía buen aroma a pesar de su aspecto. –Pensé que los magos no comían –dijo el joven. Una sonora carcajada retumbó en las paredes del refugio, el caballo alzó la cabeza alerta. –jajaja, me parece que estás volviendo a ser tú, comediante –comentó el maestro.
Entrada la noche, en una cabaña en los linderos del bosque, un hombre tocaba la puerta pidiendo ayuda. En el Palacio Real, los Consejeros y los Pares sesionaban a puerta cerrada sobre el futuro del Reino, qué hacer si no aparecía la Princesita. En la aldea, valle abajo, dominada por el Castillo, las matronas dormían a los niños, los hombres cenaban pan y vino después de una larga jornada de trabajo, los parroquianos abarrotaban la taberna, un par de perros callejeros peleaban por un hueso en un callejón oscuro; una sombra se deslizaba por los senderos del pueblo buscando algo. En una caverna, un maestro y su discípulo se disponían a cenar, el día había sido agotador para ambos, la vida del joven era otra desde esa tarde y les esperaba una larga travesía, una cita con su destino.
"Porque de mensajes ocultos está hecha la vida"

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