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viernes, junio 13, 2008

De princesas y otros cuentos XII

-Aquí no hay nadie –dijo la mujer mientras lanzaba una mirada de desprecio al muchacho que no podía creer lo que sus ojos no encontraban. La cabaña estaba vacía, en la chimenea una hoguera estaba a punto de emitir su última chispa de calor, el viento frío que entró por la puerta cuando los guardias de palacio rompieron la entrada acabó con lo que quedaba del fuego. –Creo que tendrás que dar una explicación más convincente muchacho, si deseas salir con bien de ésta –advirtió la dama de compañía de la Princesita. –Pe..pero yo lo vi con mis propios ojos señora, vi cómo el hombre de negro abría una especie de portal en el cielo, vi como en un espejo la imagen de su Alteza, sentada en un diván frente a esta chimenea –se excusó el muchacho.
-El hombre de negro, ¡basta ya de semejantes tonterías niño! –gritó la anciana mujer –no nos has explicado quién es el tal hombre de negro, a mi me parece que estás inventando todas estas patrañas para desviar nuestra atención, así que mejor dime ¿dónde tienes a la Princesita? – preguntó la señora mientras tomaba del hombro al muchacho que no dejaba de temblar, quizá por la lluvia fría que se colaba por las ventanas de la cabaña, quizá por el miedo que esa mujer de mirada turbia le infundía.
-Le aseguro señora que es verdad lo que le digo, sería incapaz de poner en riesgo a su majestad –lo juro por el gran Ramjandir—dicho esto la anciana lo miro con desprecio, chasqueó los dedos y de inmediato se apersonó uno de los guardias que vigilaba la puerta de la cabaña. –Vámonos, de regreso al Palacio y tomen de prisionero a este muchacho, deberá ser interrogado por el Consejo de los Pares.
El muchacho solo atinó a balbucear que él estaba diciendo la verdad, pero fue esposado y montado en uno de los caballos de los guardias.
El trayecto de regreso no fue exento de peripecias para el cochero, pero una vez más su experiencia salvó en más de una ocasión al carruaje y sus ocupantes de caer en uno de los tantos acantilados del bosque. La lluvia había amainado para cuando llegaron al Palacio, el muchacho que iba montado sobre un caballo de la guardia, esposado de manos y pies, había perdido el conocimiento, así que lo cargaron en vilo hasta una celda del calabozo del palacio. Mientras tanto la dama de compañía enviaba al mensajero a todos los rincones del reino para convocar al Consejo de los Pares a una reunión con carácter de urgencia, el mensaje era sencillo: “la Princesa se ha perdido”.
En tanto, en una cueva oscura de los confines del bosque un hombre vestido de negro maldice al fuego que intenta encender con un poco de magia, se quita la capa y el sombrero, deja ver a la luz de la fogata un rostro adusto, una cicatriz milenaria le recorre la mejilla izquierda, sus ojos negros son dos agujeros insondables, llenos de odio y deseos de venganza. Su caballo, inquieto, se pasea por la caverna olisqueando aquí y allá, sabe que su amo está furioso y no se atreve a acercársele. El hombre de negro se concentra en el fuego, pasa una mano por las llamas y atrae hacia él una flama amarilla, en trance murmura frases ininteligibles, sus ojos negros ahora parecen dos perlas cristalinas cuyo poder de encantamiento podría llevar a la muerte a cualquiera de sus enemigos.

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