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miércoles, abril 09, 2008

De princesas y otros cuentos III

He aquí que el viento trajo el murmullo del desasosiego, algo se cernía como una amenaza sobre el principado, algo oscuro, denso, desconocido. Los caballos en el establo real estaban nerviosos, los cazadores de alces tenían días que no encontraban buena caza, los perros de guardia del Palacio se escondían ante la menor provocación, eran días de guardar.
La Princesita despertó al ruido del aleteo de las palomas en su alféizar, su corazón dio un vuelco como todos los días en que amanecía nublado, le provocaba una tristeza infinita ver las nubes llover, era como llanto callado. Estaba además la noticia de su dama de compañía sobre una idea alocada de buscarle un prometido en los reinos y principados vecinos. De qué se trataba, de controlar su vida, ¡jamás!
La Princesita se calzó, se puso un vestido nuevo y esbozó una media sonrisa, “no hay mal que por bien no venga”, pensó, pero también tuvo otros pensamientos. Llamó a su Dama, le indicó dónde sería el desayuno del día y al hacerlo sintió un estremecimiento, cómo si una voz interna le dijera que algo andaba mal.
He aquí que el viento trajo el lamento de la angustia, la que aprisiona el corazón y provoca un vacío en la boca del estómago; los viajeros se arropaban en sus diligencias, los niños abrazaban a sus madres, el hombre que regresaba de una larga jornada besaba a su mujer, algo se avecinaba.
Algo.

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