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viernes, noviembre 06, 2009

De Princesas y otros Cuentos XXXV

Del verdadero nombre del señor de la oscuridad.

Hace muchos miles de años; tantos que en aquel tiempo no se medían los días, ni las semanas, ni los meses, ni los años, ni los siglos; existió un ser volcado a la maldad. Un ser que había sido creado para traer el equilibrio al mundo. Porque vio el Señor de la Luz Eterna que todo era paz y armonía en el mundo, y los hombres se acostumbraron a esa paz y esa armonía que se olvidaron de su Creador, no le hacían más alabanzas ni decían su nombre en voz alta al despuntar el alba. Envío entonces el Señor de la Luz a aquel ser de inmundicia para que con su conducta y acciones enseñara al hombre que también había sufrimiento, dolor, maldad e iniquidad, y que era posible optar por el camino de la luz otorgado por el Creador del Universo, y entonces el Hacedor de todo lo existente se refugió en su morada invisible y dejó al hombre a merced del ser oscuro.
Fueron aquellos tiempos los que forjaron las leyendas de la aniquilación, las ciudades fueron arrasadas con fuego y agua, un día comenzó a llover, una lluvia ligera, de esas que por descuido dejas que te vayan empapando, llovió día y noche, durante cien días con sus noches, llovió sin parar un solo instante, en todo el mundo surgieron hombres y mujeres justos que tomaron a su familia y a todo aquel que quisiera seguirles, construyeron su hogar sobre una embarcación, llevaron consigo a sus animales y algunos otros que eran salvajes, en jaulas y en establos dentro de sus barcas, guardaron granos y semillas varias para el viaje, plantas y arbustos de fruto. Fue así como en la memoria de las naciones quedó registrado el desastre del diluvio universal. Pero aun nadie sabía que el verdadero culpable de aquella desgracia estaba entre los hombres y las mujeres de bien. El ser de maldad siguió provocando desastres naturales, erupciones volcánicas hicieron desaparecer civilizaciones enteras bajo el agua, no obstante sus avanzadas técnicas ni su sabiduría, el gran continente de Atlán se hundió llevándose consigo miles de años de sabiduría y aprendizaje humano.
Ahora bien, ustedes podrían pensar en lo injusto que el Creador había sido al soltar a ese ser de maldad en el mundo, y retirarse a ver su obra. Pero no podemos olvidar que durante miles de años, el hombre y su mujer habían vivido en un paraíso sin penas ni dolor, y que se olvidaron de su Señor, a tal grado de no agradecer un nuevo día, el ser humano pensaba que todo aquello que tenía se lo merecía por derecho propio. Hay momentos en los que una lección sirve mucho más que mil palabras.
Surgió entonces como un murmullo de voces; como un cuento para dormir a los niños desobedientes, como una metáfora para explicar lo inexplicable; la forma de aquel ser del mal, que por el puro placer de ver sufrir a los hombres se aparecía e infundía miedo. Y los hombres le pusieron nombre para dirigirse a él cuando contaban las leyendas de sus abuelos, y las mujeres repetían en voz baja cruzando los dedos tras la espalda cuando relataban cuentos a los niños, el nombre del impronunciable mal. Y su nombre es Cheitan, el que invita al mal.

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