Buscar este blog

martes, octubre 27, 2009

De Princesas y otros Cuentos XXXII

La sonrisa de la princesita seguía dibujada en su rostro cuando uno de los ancianos del consejo real se le acercó para preguntarle si estaba bien, todos los demás consejeros se volcaron hacía ellos dando de voces, preguntando al unísono, algunos de los más viejos exigiendo una explicación. <<>> era el pensamiento de muchos. La princesita, sin quitar la sonrisa de sus labios, levantó su mano derecha y se hizo el silencio en la sala. –Alguno de ustedes puede explicarme qué es lo que está pasando aquí –dijo solicita la princesita. <<¿Cómo que no sabe qué pasa?>> murmuraron algunos de los consejeros, sobre todo los más jóvenes. La princesita se encaminó hacia su lugar en la mesa del consejo, lenta, pero armoniosamente, se sentó en su trono real y luego hizo una seña para que todos los presentes se sentaran. –Y bien, estoy esperando que alguno de ustedes tenga la deferencia de explicarme qué sucede –volvió a decir. –Su majestad –comenzó uno de los consejeros más cercanos al lugar donde estaba el trono –a decir verdad, también nosotros nos hacemos esa pregunta –confesó al fin. –Tan sólo sabemos que fuimos levantados a deshoras en nuestros aposentos y villas de descanso, algunos incluso estaban de viaje la noche de ayer, y nos convocaron a una reunión de consejo con carácter urgente –explicó el anciano. Una reunión urgente, ¿qué cosa más extraña? pensó la princesita. –Luego cuando llegamos se nos informó que su majestad, aquí presente –dijo el anciano haciendo una reverencia, un poco exagerada según el parecer de la princesita –estaba desaparecida –dicho ésto, todos los consejeros hablaron al mismo tiempo una vez más, nadie entendía entonces qué pasaba. –Alguien se tomó la molestia de enviar mensajeros a todas las provincias del reino, para avisar que yo había desaparecido, y los convocó a esta absurda reunión. Pero, ¿con qué motivo? –quiso saber la princesita.

En otro lado del castillo, una anciana se disfraza de plebeya, se ha despojado de las vestiduras reales, ha guardado sus joyas en su saco de tela, mientras se quita los broches de oro y la peineta incrustada de piedras preciosas. La mujer, toma un bastón de madera corriente, se observa en el espejo y sonríe, tantas veces ha ensayado ese disfraz que ya lo tiene muy hecho. Se vuelve una misma con la plebeya, sale de su recámara, recorre el pasillo con paso lento, no se apresura, nadie sabe nada. Eso cree la anciana, entonces se escucha la alarma en el castillo, un peligro inminente se acerca, un presagio que puede poner en riesgo la vida de la princesita. La anciana baja las escaleras con paso cansino, de escucha el toc toc del cayado sobre las piedras del piso. Se escuchan también las trompetas dando la voz de alarma. Un piquete de soldados pasa corriendo al lado de la anciana, murmuran algo sobre traición. El corazón de la anciana se acelera, pero luego recobra la tranquilidad, su disfraz parece seguro, nadie se imagina que detrás de la plebeya se esconde la dama de compañía de la princesita, y detrás de ésta, una de las peores enemigas del reino, la bruja Meyfair, aliada desde hace siglos del señor de la oscuridad e infiltrada desde hace dos generaciones en el Palacio.

Los soldados de la Guardia Real buscan por todos los pisos del Castillo, en las recámaras y aposentos, incluso en el ala norte, a donde se supone que no va nadie. Pero no dan con la dama de compañía. En la sala del concejo la princesita, recobrando la sonrisa, mira con sus ojos de luz a los viejos concejales, mientras les dice –¿nadie se tomó la molestia de buscar primero en mis aposentos?- todos los ancianos, incluso los más jóvenes, agachan la mirada. Entonces, irrumpen en la sala dos Capitanes de la Guardia Real diciendo que es inútil, alguien debió advertir a la dama de compañía. No está por ningún lado.

Mientras tanto, una anciana plebeya le regala una fruta al Guardia de la entrada del Castillo a manera de despedida, le sonríe mostrando una dentadura falta de algunas piezas, se da la media vuelta y se aleja del Castillo. En la puerta del Palacio, un joven Guardia se lleva las manos a la garganta, profiere un leve gemido y cae muerto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta parte me sono a blanca nieves =D